lunes, 31 de enero de 2011

Para reunir a los locos de cada casa

Héctor Torres

    En su excelente Becoming on novelist, John Gardner, novelista, traductor y crítico nacido en Nueva York en 1933 y muerto apenas 49 años después, sentenció que “lo que salva al escritor la mitad de las veces es la locura que reina en su corrillo”. El que fuera profesor de escritura creativa de Raymond Carver en la Universidad de Chico, conocía esa explosiva mezcla de pasión e incertidumbre que entraña la vocación literaria del escritor joven, agregando que éste, más que nada, necesita de “un círculo de gente que valore lo que él valora, que crea, con razón o sin ella, que es mejor ser un buen escritor que un buen ejecutivo, político o científico”. El hombre, sin duda, es un animal social. Y eso lo sabía Gardner.
   A lo largo de más de diez años al frente de Ficción Breve Venezolana, recibí un número significativo de correos de jóvenes que buscaban orientación para consolidar su vocación literaria. Muchos de ellos no querían tanto información concreta como apoyo para esa incierta decisión de “escribir en serio”. Algunos disfrazaban esa necesidad atacando al “cerrado mundo literario venezolano”.
   Responder correos de este tipo con cierta frecuencia me hizo pulir mis argumentos al respecto. En todo oficio, les decía, hay personas susceptibles e inseguras que ven en la novedad un peligro. Pero esto no es una característica exclusiva del mundo de la literatura. Al contrario, siempre tuve a la mano nombres de reconocidos escritores, no sólo dispuestos a respaldar a las nuevas voces, sino ávidos por conocer de su existencia.
   En todo caso, seguía argumentando, la literatura es tanto una actividad íntima (a efectos de creación), como social (a efectos de difusión), y hay que prestar atención a ambos aspectos. La del escritor huraño encerrado en su burbuja y descubierto por un editor “con ojo”, es una idea tan romántica como delirante.
   El escritor novel, entonces, debe darse a conocer por dos razones: La primera, para despertar interés por su trabajo (todo eso que entra dentro de la etiqueta “hacerse un nombre”), y la segunda, porque en tanto hace vida social con otros en sus mismas circunstancias se sentirá menos incomprendido por el mundo.
   De ahí que, ante la pregunta, ¿para qué sirven los talleres literarios?, la única respuesta sensata e irrefutable sería: para que los locos de cada casa sepan que no están tan solos. Que, aunque no se vean por la calle, hay muchos como ellos.
   Y no sólo son los talleres literarios los sitios que reúnen a “los locos de cada casa”. Las tertulias y encuentros de literatura (como la Semana de la Nueva Narrativa Urbana, que reunió durante cinco ediciones a 75 voces emergentes de la narrativa venezolana; o las Noches de Poesía, que un viernes de cada mes reúne a maestros y aprendices de poetas en una misma mesa desde hace varios años; por nombrar dos casos), así como los concursos literarios, son espacios que propician no sólo esa vital convergencia para la confirmación de la vocación, sino para que el nombre del aspirante a escritor sea, dada su constancia en luchar contra los escollos, de interés para el mundo en el que aspira (así lo niegue) ser legitimado.
 La brisa fresca que sopla desde hace varios años en la literatura venezolana contemporánea tiene en estas instituciones un agente fundamental. Tanto, que conforman un circuito más o menos definido, lo cual se puede verificar en las notas biográficas de muchos autores que han desarrollado su obra en la última década. 
 Sucede con algunos talleres (institucionales o dictados por figuras que han mostrado genuino interés por las generaciones de relevo, como Noguera, Liendo, Marcano o Centeno, por nombrar algunos en narrativa). Y con los concursos, muchos de los cuales se mantienen vivos más por la tozudez de sus organizadores que por sentido común. De estos, son tres los que se repiten con más frecuencia en las fichas de estas nuevas voces. Tienen en común el estar ya consolidados en su convocatoria y agregar al premio en metálico el incentivo de la publicación. Ellos son: El Concurso Nacional de Cuentos de Sacven, de carácter bienal y con 7 ediciones a cuestas; El Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores, para menores de 40 años y ya en su quinta edición; y el Concurso para Obras de Autores Inéditos Monte Ávila, en su novena convocatoria actualmente. Agrego a estos, el naciente Premio Nacional Universitario de Literatura, que ya va hacia su tercera edición y es para estudiantes de las universidades venezolanas, con el apoyo de la editorial Equinoccio.
   ¿Que son justos? ¿Que son infalibles? No necesariamente lo sean, pero los concursos literarios son los eventos que, cuando el viento está a favor, hacen la labor de llamar la atención del mundo sobre el nombre del bienaventurado. Lo demás, todo lo demás, lo debe hacer su persistencia, su instinto y su esfuerzo.
   Pero esos espaldarazos ayudan. Y es tanto lo que está en contra, que lo sensato es aprovecharlos.