jueves, 7 de julio de 2011

5 Razones para potenciar hoy el rol de los creadores

José Rafael Fariñas*


Vivimos en tiempos hipermodernos, este período que señala el advenimiento de una temporalidad social inédita, caracterizada por la primacía del aquí y el ahora, por el auge del consumo y de la comunicación de masas (Lipovetsky, 2006).





   Esta comunicación se ha vuelto horizontal, por la irrupción de un entramado infinito de seres nodos que conforman la sociedad red. Cada uno de ellos tiene un rol y ese rol sumado al de los otros nodos configura la naturaleza de la red, su característica esencial, su capacidad de incidencia.
   Respecto a la comunicación, la clave es el intercambio. Esa iniciativa de poner a disposición contenidos de todo tipo, particularmente contenidos culturales producidos por los creadores, cuyos atributos de originalidad dan lugar a la protección bien en el campo del derecho industrial, bien en el ámbito del derecho de autor y los derechos conexos.
   Esta sociedad hipermoderna de Lipovetsky, por su característica esencial de generar y modelar entramados para el consumo aquí y ahora, no siempre repara en la calidad de los contenidos; su esencia es la movilidad, el tránsito a lo efímero, el consumo como fin en sí mismo. Hay allí por lo tanto diferentes actores con roles también diversos dedicados preponderantemente a lo que la propia dinámica de la red le impone: consumir todo tipo de productos, entre ellos mucha información irrelevante, hueca, vacía, por no decir banal.
   Este es, por lo tanto, el tiempo de los creadores. Es la era en que los autores, la gente sensible capaz de mirar a lo más profundo del ser humano, han de asumir desde sus ejecutorias sensibles un rol de proveedor más dinámico, creativo, de guía que invite al encuentro con uno mismo. He aquí cinco razones por las cuales habría de potenciarse ese rol:

1. La necesidad de contenidos.

Internet es una red de aplicaciones y de personas interconectadas. Las aplicaciones son productos generados desde las grandes multinacionales desarrolladoras de tecnologías de la información, empresas líderes en satisfacer las necesidades de consumo modeladas desde la propia red. Las personas, en cambio, son actores, usuarios activos que conforman comunidades con necesidades y actividades diversas, desde un simple intercambio de información o saludos habituales, hasta contenidos más complejos por necesidades profesionales, académicas, o simplemente espirituales. Esos contenidos no siempre están a disposición. Hay carencia intelectual y abundancia parlante. Se requiere hoy, más que nunca, proveedores calificados, con alta sensibilidad humana y espiritual, para producirlos, para satisfacer esa alta demanda de esos 2.000 millones de usuarios de Internet que ya vamos siendo a esta fecha.

2. La superficialidad.

La red es superficial por naturaleza, carece de tiempo, es veloz, es inmediata. Toda estás características modelan seres-nodos irreflexivos que anteponen la velocidad al reposo. Sólo los creadores tienen el carácter para dejar de lados las urgencias del mercado y producir como el barro los remedios del alma.


3. La prédica de la cultura libre.

En estos tiempos de vértigo, varios sectores se movilizan diariamente para incubar la teoría de la cultura libre, la cultura de la que todo ciudadano pueda participar libremente, sin restricciones, en el ejercicio pleno de su derecho humano al disfrute estético.
   Sin embargo, nada de eso será posible si esa libertad de la cultura no antepone la condición misma del creador como fuente primaria de todos esos placeres; el autor como hacedor único de placeres estéticos cuya puesta a disposición nos permitirá al resto de los ciudadanos, a ti y a mí, un goce pleno.

4. El rol de los agentes de intermediación.

La cadena de intermediación no ha sido, en algunos casos, un buen ejemplo de equilibrio entre quien produce y quien distribuye los contenidos. Abundan los ejemplos de contrataciones perniciosas para los autores y artistas, contratos editoriales temporalmente abusivos, bajos porcentajes de participación económica, altos costes de intermediación. Ante esa realidad, se impone un cambio de paradigma: sin que ello implique negar el rol de las productoras, disqueras, editoriales, entidades de gestión, agentes, etc, los creadores y los artistas tienen que asumir un rol más activo en la distribución de sus contenidos, han de ser capaces de adquirir sus propias capacidades técnicas y profesionales para colocar en el mercado el desarrollo material de sus ideas y prestaciones, con mayor provecho para ellos y para los usuarios.

5. La necesidad del silencio.

   Pues claro, entre tantos seres parlantes en esta sociedad red, el silencio no cae mal. Más bien se agradece; quienes hacen del silencio una profesión de fe terminan siendo guías.
   Como dice Steiner (2007), pensar es una empresa solitaria, cancerosa, autista, loca: ser capaz de concentrarse profundamente, de ir al fondo de uno mismo.
   No cabe dudas: los creadores tienen en el silencio un aliado; lo necesitan para comulgar con sus fantasmas, para hacer aflorar los remedios estéticos que se claman a gritos en esta era del vacío.
   Entre este coro de nodos hablantes, dejémosle pues a ellos, a los creadores, en su soledad creativa; vivamos mientras tanto sus susurros, y esperemos con fe el advenimiento de lo que por su intermedio ha de venir definitivamente: la era plena de los placeres estéticos.

*Abogado especialista en derecho de autor
Director General de @sacven
@rafaelfarinas





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