jueves, 24 de marzo de 2011

El sonido de una ciudad. Breve mirada al Jazz dentro de la movida musical caraqueña

Dimitar Correa Voutchkova


  El jazz es una de las expresiones artístico-musicales fundamentales en el desarrollo urbano de las culturas occidentales a lo largo de la mayor parte del siglo XX y el XXI. Es resultado no sólo de la confluencia de aspiraciones y necesidades comunicacionales de un mundo en constante y vertiginoso desarrollo y crecimiento, sino también un punto de partida para dialogar con el entorno socio-cultural e histórico que se construye y deconstruye en cada esquina del orbe en donde exista el arte como expresión de saberes, manifestación de realidades intersubjetivas o siempre dialógicas y tierra de cultivo para las propuestas musicales en constante proceso de creación-ebullición-mutación.

   Venezuela no escapa a esta “realidad postmoderna” en la cual ya en el año de 1958 el músico e investigador José Antonio Calcaño afirma lo siguiente: “Al finalizar la I Guerra Mundial apareció en Caracas la música de jazz, que fue acabando poco a poco con las músicas de bailes venezolanos con lo que quedó cerrado este capítulo de música ligera” (Calcaño, 1958, citado en Balliache, 1997: 11). Esto es sólo un indicio de lo que estaría por venir para quedarse y empezar a convertirse en abono de cultivo de importantes expresiones en una urbe como Caracas, pluricultural, diversa en su etnicidad y confesiones religiosas, que no descansa en su necesidad de expresarse a través de lo local, lo regional, lo mundial y la confluencia de todas ellas.

   El jazz en Venezuela, como dice el guitarrista, compositor y docente Gonzalo Micó, nunca ha sido un movimiento, sino una cuestión de personalidades. Ello se ve representado en la significativa cantidad de músicos y agrupaciones de jazz que han aparecido y desaparecido constantemente en el país, sobre todo desde los años 70 del siglo pasado hasta hoy día, en especial en la ciudad capital donde más desarrollo ha tenido el mencionado género. Prueba de ello es la significativa producción discográfica que muchos han dejado, y otros lamentablemente no, así como el poco registro documental-investigativo que existe al respecto; ambos medios, fieles testigos de la historia musical de un país.

   A pesar de esto, el género no ha perdido significación, vigencia o interés por parte de sus “cultores” y aquellos que no siendo tales, beben de él como de un fruto inagotable que siempre tiene algo nuevo que ofrecer, ya que sirve como medio de reinvención de la propia identidad musical del artista, y por lo tanto, de la cultura venezolana.

   Un ejemplo de lo expuesto es la Movida Acústica Urbana (MAU), agrupaciones como Mixtura o músicos como la pianista Prisca Dávila, que no representando al jazz como propuesta artística, no pueden evitar tener un encuentro cercano o lejano con las posibilidades que ofrece, sobre todo en la concepción del uso de la improvisación y la armonía e instrumentación moderna para la expresión de unas ideas afines que giran en torno a la redimensión de lo venezolano, del contacto de lo tradicional con lo urbano. Por supuesto, el punto de diferencia e inflexión al respecto lo ponen agrupaciones como Kamarata Jazz y Nuevas Almas de la MAU, percusionistas como Orlando Poleo, Joel “Pibo” Márquez, Gerardo Rosales (estos tres desde Europa), entre otras agrupaciones y músicos, que dialogan desde el jazz latino como expresión del sentir y el ser latinoamericano y caribeño, no ya visto solamente como el encuentro entre el jazz y la música afrocubana, sino como el diálogo multidireccional y siempre diverso entre el mencionado género y todas las manifestaciones musicales tradicionales de América Latina.

   Por otro lado, no hay que olvidar a los músicos que haciendo jazz (clásico o moderno), siguen prestando una valiosa contribución al estudio del género para las actuales y venideras generaciones, que hoy más que nunca buscan al mismo como fuente de inspiración para exteriorizar sus aspiraciones artístico-musicales, independientemente de si el jazz se convierte o no en una forma de vida en su futura carrera musical. Es el caso de los guitarristas Gonzalo Micó, Álvaro Falcón y Luca Vicenzetti; los pianistas Gerry Weil, César Orozco, Antonio Mazzei, Luis Perdomo, Otmaro Ruíz, Benito González, Leo Blanco (los cuatro últimos residenciados en Estados Unidos); el saxofonista Pablo Gil, actualmente en tierras estadounidenses; el saxofonista y bajista Mark Brown; el vibrafonista Alfredo Naranjo; los bajistas Gerardo Chacón, Carlos Sanoja, Carlos Rodríguez, Gonzalo Teppa, Heriberto Rojas, Roberto Koch; los bateristas Andrés Briceño, Adolfo Herrera, Diego Maldonado; las cantantes Biella Da Costa, Marisela Leal, entre muchos otros músicos, que habiendo dejado un testimonio discográfico (hoy en día como producción independiente escasa en cuanto al género y no catalogada) o no, dedicándose de forma plena como auténticos “cultores” del jazz o viviendo entre él y otras tendencias musicales en una urbe como Caracas, siguen siendo la expresión de que el género se mantiene vivo, en una constante necesidad de ser escuchado y tomado en cuenta a pesar de las dificultades que el entorno cultural pueda ofrecer. Y por supuesto, siendo ellos el mejor reflejo de que el jazz en el país es una expresión de personalidades artísticas, y no un movimiento musical, si se compara con el desarrollo del género por estilos en Estados Unidos o Europa. Es decir, heterogeneidad versus homogeneidad, lo cual es expresión y signo, en ciertas ocasiones, de lo necesario en un entorno socio-cultural tan diverso como el venezolano, lo cual lo identifica y ayuda a construir su identidad; siendo esto a su vez, una muestra de cómo se concibe o conceptualiza el movimiento musical urbano en Caracas, y quizás, en Venezuela.

  Es así como el jazz vive y habita en lugares de tradición como Juan Sebastian Bar, los nuevos Salsipuedes Bar, La Guayaba Verde, Discovery Bar, Evio´s Pizza, Pizzeria Taima La Boyera y otros menos frecuentes para el encuentro con el jazz como son el Centro de Arte La Estancia, Sala de Conciertos del Centro Cultural Corp Banca, Centro de Estudios Latinoamericanos Romulo Gallegos (CELARG), Fundación Cultural Chacao, salas de concierto de universidades como la Universidad Central de Venezuela, Universidad Simón Bolívar y la Universidad Metropolitana, entre otros. Es importante destacar que estos espacios, a excepción del primero, no están especializados en este tipo de tendencia musical y por lo tanto, no poseen una oferta de fechas constantes para la cantidad de músicos de jazz, o vinculados con éste, que hay hoy día en la ciudad entre profesionales y las nuevas generaciones en formación. A pesar de esto, los mencionados locales nocturnos se convierten en una oportunidad única e invalorable para ver el entorno natural de desarrollo de una expresión artística que convive, crece y se transforma en una constante relación de encuentro con el otro (músico y público). Esta misma situación se refleja en los ya inexistentes festivales de jazz en Caracas, teniendo como propuesta única al respecto hoy en día “El ciclo de jazz y nuevas propuestas venezolanas” que ya por su VI edición y organizado por Gregorio Montiel Cupello, se lleva a cabo en el Centro Cultural Corp Banca. A esto hay que añadir que el único canal de televisión que se dedicaba a promocionar este género era el canal del Estado “Venezolana de Televisión” (VTV), siendo su programa “Jazz” cancelado, dejando solo a dos estaciones de radio especializadas en Caracas, con su programación musical a veces diversa, como son la 95.5 Jazz FM y la 97.7 FM Radio Cultural de Caracas. Esta situación colabora en la imposibilidad de crear un movimiento musical como estilo en torno al mencionado género, tal como se intentó entre los años 60 y 70 del siglo pasado con la Onda Nueva, y ayuda a poner en peligro el registro de la memoria musical (histórica) del país, aunado a la poca investigación que existe hoy como resultado de lo expuesto.

   A pesar de esta situación, son muchos los jóvenes músicos caraqueños que se están formando como futuros profesionales de jazz o recibiendo el conocimiento necesario para incursionar en el mismo a través de diversas opciones educativas como la ya prestigiosa escuela de música Ars Nova a cargo de la profesora María Eugenia Atilano, el Taller de Jazz Caracas (TJC) dirigido por Oscar Fanega y Luca Vicenzzeti, las licenciaturas en Ejecución Instrumental y Canto Jazz de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE) y la Big Band del Conservatorio de Música Simón Bolívar (proyecto educativo dirigido por el baterista Andrés Briceño). Esto permitirá que los jóvenes mencionados puedan desempeñarse en cualquier entorno musical de las tendencias urbanas de la música de los siglos XX y XXI, sean estas o no propias del género en estudio; más aún si se toma en cuenta la proliferación cada vez mayor de medios de educación tradicional y no tradicional a las que tienen alcance estos estudiantes, inexistentes en otros tiempos gracias al desarrollo de la tecnología y de la llamada Web 2.0.

   El jazz en Caracas, y quizás como reflejo de la situación del mismo en el país, ha tenido una historia de encuentros y desencuentros en los cuales ha aprendido a existir, así como forjarse un camino, no siendo esto un impedimento para enriquecer la cultura musical venezolana, sino todo lo contrario, un reto ante la adversidad, que no se deja vencer y que lucha y alcanza éxitos momentáneos o permanentes en favor de su desarrollo. Ciertamente hoy en día hay mayor interés en el género desde el punto de vista de la necesidad cada vez más creciente de las nuevas generaciones de músicos en su estudio y ejecución (ya sea que se dediquen al mismo o lo usen como medio de construcción de otras realidades musicales), en la búsqueda de creación de un mercado de trabajo y de un público dispuesto a participar, ser tolerante, receptivo, pero con necesidades de seguir siendo guiado en este camino de entendimiento y comprensión en torno al jazz. El trabajo por delante es arduo para todos los involucrados, pero bien vale la pena construir sobre un terreno ya cultivado por anteriores generaciones y que necesita seguir siendo abonado para la creación de una conciencia colectiva que vea en la realidad jazzística caraqueña un camino para el encuentro de diversos y la posibilidad de seguir pensando y redefiniendo lo venezolano desde el arte, desde la creación.