jueves, 20 de octubre de 2011

Hay otro puente en Maracaibo

Héctor Torres*


«Cuando entré en la Irama, una neblina nicotínica
 flotaba hasta apretujarse contra el techo.»

Norberto José Olivar
Un vampiro en Maracaibo.


    Maracaibo es una ciudad con muchos lectores. Al menos eso podría inferirlo quien piensa en las tres universidades (LUZ, UNICA y URBE) que tienen sede en esa ciudad, cuya oferta académica incluye estudios de Comunicación Social, Filosofía, Letras y Educación. Ese dato hace pensar en la existencia de una vasta población estudiantil ávida de lectura.

   Pero es sabido que la complejidad de la vida rara vez es complaciente con el “debería ser”. Por tanto, al margen de la existencia de esa gran población universitaria, que Maracaibo sea una ciudad con ávidos lectores se advierte en otras pistas. Bastaría prestar atención a la cantidad de cuentas relacionadas con literatura y actividades afines que, en las redes sociales, colocan “Maracaibo” en el renglón “ciudad actual”.

   Por eso me alegró tanto que se hubiese concretado una invitación para presentar allá El regalo de Pandora, a setecientos y tantos kilómetros de una distancia que se desvanece a punta de los cotidianos “Me gusta”, RT, comentarios y menciones que comparto a diario con cualquiera de los cómplices literarios que, con el tiempo, he ido haciendo y sumando en la cuna del patacón. Setecientos y tantos kilómetros que se cubrirían en una hora de vuelo para, en muchos casos, darle corporeidad a viejas amistades digitales.


*

  
http://bitacoradelabismo.blogspot.com/
   No era primera vez que viajaba a Maracaibo para presentar un libro. Ya en 2009 había vivido la grata experiencia de hacerlo con La huella del bisonte, en el marco de la VII Feria del Libro de la UNICA. En ese entonces se había montado un ambicioso “Encuentro de Narradores” que logró reunir una importante plantilla de autores venezolanos contemporáneos. Recuerdo entre los nombres presentes los de Eduardo Liendo, Alberto Barrera Tyzska, Oscar Marcano, Rodrigo Blanco Calderón, Roberto Echeto, Milagros Socorro, María Ángeles Octavio, Fedosy Santaella y Leopoldo Tablante, entre otros. También estaba Milton Quero, ganador de la primera edición de la Bienal Adriano González León, quien se ofreció amablemente para presentar La huella del bisonte en ese marco, y otro narrador maracucho que presentaba su primera novela en un sello de distribución nacional (Alfaguara), aunque ya tenía varios títulos a cuestas. Durante el encuentro no alcancé a tener trato ni con el autor ni con la novela, pero me tocaría llamarlo al año siguiente para informarle que su obra (Un vampiro en Maracaibo) ganaba la primera edición del Premio de la Crítica a la novela del año. Se trata, por supuesto, del ya archifamoso Norberto José Olivar, cuya siguiente novela, Cadáver exquisito, resultaría finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.

   Como se ve, a este maracucho hay que tenerle cuidado.

   Esa admirable reunión de nombres para hablar de los problemas y retos de la narrativa venezolana, supuso un enorme esfuerzo logístico que no pudo vencer, sin embargo, la sombra del clásico “falta de presupuesto” y una crisis que ya se asomaba en el sector editorial venezolano. Fue la última Feria de Libros de la UNICA.

   Que es como decir: fue bueno, muy bueno, mientras duró.

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   Pero ni la crisis ni la ceguera de los que podrían amainarla logró someter las “ganas de hacer” de gente como Valmore Muñoz, profesor de la UNICA que, además de ejercer un destacado monitoreo de cuanto se está produciendo en literatura en Venezuela, se ha convertido en uno de los principales pilares de ese otro puente que se está gestando entre Maracaibo y el resto del país literario. Y ejemplos de “ganas de hacer” se consiguen de sobra en esa ciudad. Está, por ejemplo, la Biblioteca Pública del Zulia, con la constante actividad con la cual aprovechan su hermosa infraestructura. O agrupaciones como El Submarino (un colectivo en el que conviven literatura, arte, teatro, música, cine y otros géneros) y Per-versos (un grupo que organiza recitales, lecturas temáticas y conversatorios sobre temas relacionados con la literatura), por nombrar dos. O programas de radio como Madre Lengua, difusor radioeléctrico para Maracaibo de cuanto sucede en el país en materia de libros.

 

   Mención aparte merece un proyecto editorial inteligentemente concebido para difundir, junto con la literatura universal y nacional, lo que se está escribiendo en Maracaibo. Una plataforma de difusión literaria que arrancó hace unos meses con excelente pie y parece estar contagiada de esas enormes “ganas de hacer” —y de hacer en serio— de las que he venido hablando. Se trata de País Portátil (http://www.paisportatil.com/), una revista de difusión literaria de actualización semanal, en la que conviven Ars poética de gigantes de la literatura, con entrevistas a autores nacionales y textos de poetas locales, todos con el mismo rango y difundidos con el mismo orgullo. País Portátil es editado por Adriana Morán Sarmiento (desde Buenos Aires) y sus cómplices en Maracaibo: Valmore Muñoz y JL Monzantg, quien no sólo es un excelente anfitrión sino que, al igual que Olivar, proviene de la cantera de Historia.

   Y, al igual que Olivar, sonríe enigmático cuando lo menciona.



Biblioteca Pública del Zulia
http://www.bpz.org.-ve/
    En Maracaibo se está gestando otro puente. Un puente que sabe aprovechar su recurso humano, la experiencia acumulada por los aciertos y los errores y las facilidades que ofrecen las redes sociales para que estemos, de verdad, todos adentro. Un puente con lectores ávidos, con una revista digital que se avizora como una referencia nacional en materia de difusión literaria y con una biblioteca pública decidida a ser una de las protagonistas de este momento. Es un puente con tradición, pero también con una nueva narrativa que construye en libros como Un vampiro en Maracaibo y El corrector de estilo (por nombrar dos laureadas novelas contemporáneas) una ciudad mítica y revisitada que no elude sus contrastes y extravagancias. De hecho, ese puente ofrece al visitante la posibilidad de ser parte de su literatura, con solo sentarse en una mesa de “la Irama” con Norberto, Monzantg y Valmore y, trazando un círculo con la mano en el aire, pedir al reservado mesonero de copete negrísimo y cara imperturbable (el Quintero que “trabajó” en Un vampiro en Maracaibo) una nueva ronda de cervezas heladas.

   ¿Qué le falta a Maracaibo entonces? Se preguntará el lector. La respuesta, sin duda, es “más comerciantes arriesgados e imaginativos capaces de mejorar el nivel de vida de su ciudad”. Es decir, Maracaibo necesita más librerías. Pero librerías a la altura de eso que está pasando y que apenas se ha asomado, pero que producirá más lectores y más escritores en esa ciudad llena de actividad y contrastes. El número y calidad de sus librerías debería ser uno de los indicadores que miden la estatura espiritual de una ciudad, su capacidad de generar felicidad a sus habitantes.

   En Maracaibo se gesta un sólido puente para comunicarse literariamente con el resto del país. Y comunicarse en dos direcciones, como debe ser. En cafés y librerías nacen en silencio los libros que se escribirán en una ciudad. Esto último es lo que se echa de menos cuando se visita esa ciudad que, vista desde el avión que aterriza, parece nuestra exótica, descabellada, caliente y minúscula Nueva York con sus edificios rodeando una bahía serena y ausente.


Norberto José Olivar, JL Monzantg y Héctor Torres en la Irama
Fotografía cortesía de Héctor Torres


*Narrador venezolano.
Cofundador y editor del Portal Ficción Breve Venezolana
@hectorres





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