jueves, 14 de abril de 2011

Dira Martínez Mendoza, calígrafa de la piel


Héctor Torres*


“Me gusta el olor del papel - todo tipo. Me recuerda el olor de la piel.”
The Pillow Book

“Me conoces / me has visto al levantarme / despeinada, / me has visto amanecer soñando / que te soñaba / me conoces, ya sabes de mi locura momentánea / de mi amor por la galaxia, las fiestas / y la gente sonámbula, que deambulan por las casas / cuando las luces se apagan…”
El anterior es un fragmento de uno de los tantos poemas que Dira Martínez  Mendoza ha caligrafiado, literalmente, sobre el cuerpo de otros. Es un proyecto que ha venido desarrollando desde que en 2009, como parte de un happening–fluxus que organizó junto al fotógrafo Iaranavi Navarro y a la Dj y percusionista Mabe Chacín, realizó su primera intervención corporal. “Fue un evento en el cual se mezcló la fotografía, el down tempo en las mezclas de Mabe como Dj y mi poesía, generando espacios lúdicos y haciendo explotar todos los sentidos en el evento artístico”, rememora Dira.
Luego de ese experimento, la intervención corporal adquirió carácter de propuesta estética formal y concreta, articulando diversas expresiones contemporáneas a través de la poesía, como el arte público y visual, a la vez que el registro fotográfico fijaba en el tiempo ese efímero arte de escribir sobre la piel con marcador. Su idea fue propiciar un encuentro entre las personas al margen de las ideologías. “Así que después de reformular, pensar y  analizar la propuesta, la intervención de cuerpos se transformó en una manera de generar un espacio de reflexión y sanación”, necesarios en una sociedad colapsada, como es la nuestra.
La interacción que se va produciendo mientras, al roce de sus dedos largos y delgados, va dibujando signos sobre la geografía corporal de los intervenidos, ofrece a Dira una dimensión más compleja de la belleza del cuerpo y de los laberintos que palpitan debajo de la piel. “Es una exploración sensorial y sensual, porque la persona intervenida está exponiendo su cuerpo para dejarse llevar por esta experiencia y saca a flote toda su sensualidad, y aunque tiene que ver con el sentido del tacto directamente, nos lleva hacia un encuentro que no es físico, es un encuentro de alma”, explica.
Los poemas se borran de la piel a las pocas horas, pero la experiencia es indeleble, porque suele operarse una mutación luego de las intervenciones. Sobre todo en las mujeres. Por lo general se sienten mejor consigo mismas. Algunas descubren una belleza que no habían visto en ellas. Otras entran en contacto con un fuego que se había mantenido oculto. Hay las que aseguran que les sirvió para drenar todo lo que llevaban por dentro o para reformular sus propios proyectos, su misión en este mundo.
"Tus palabras escritas en mi fluían como sellos en mi alma. A raíz de ello siento que se destapó una energía creativa que estaba dormida y latiendo por salir", o "durante la intervención, sentí el protagonismo que te da el ser el lienzo de tus poemas, viví la apropiación del texto y se consolidó el vínculo que me mantiene unida a ti", o "desde el momento en que desnudé mi espalda para la cámara y colocaste tus manos con el marcador en ella, cambié. Soy desde ese entonces una mujer a la que no le importa vivir su vida contra corriente" son algunas de las palabras que se leen cuando se les pide a las intervenidas su testimonio de la experiencia.
¿Y que siente Dira cuando realiza esas intervenciones? ¿En qué piensa? “A veces caigo en una especie de trance, un viaje personal que realizo cada vez que intervengo a una persona. Al intervenir a un ser humano con mis versos, también estoy exorcizando mis memorias, muchos recuerdos felices, otros no tanto; eso genera un momento especial en mi, un viaje a mi pasado y un recorrido por el presente”. Luego de un breve silencio, sus ojos castaños son atravesados por un breve fulgor, para agregar: “Queda ese reconocimiento del otro como un igual, esa sensación de que hemos vivido lo mismo, independientemente de los contextos personales”.
 La mirada de Dira es dulce y vital. Los movimientos de ese cuerpo moldeado en su pasión por el mar saben armonizar con la serenidad de sus gestos. A primera vista podría parecer una de esas tantas chicas atractivas que disfrutan de la playa, de encontrarse con amigos en las noches y de celebrar reuniones familiares. Y, en efecto, así es. Pero en esas formas despejadas conviven una enorme sensibilidad con una enorme fortaleza, producto de vivencias que han puesto a prueba su temple. Una poeta que, lejos de vivir “en una burbuja de cristal” habla con propiedad de la situación socio-política del país y del mundo (además de haber cursado Estudios Internacionales en la UCV, tiene una sólida formación lectora), pero que prefiere apostar a la capacidad sanadora de la poesía como posibilidad real de generar espacios para esa tolerancia, para el entendimiento de cada realidad.
—Mi padre siempre desde pequeña me decía que tenía que encontrar mi lugar en el mundo. Estuve muchos años recorriendo y buscando ese lugar, hasta que me di cuenta que primero tenia que encontrarlo dentro de mi misma —confiesa.
Y son innumerables las vivencias que, en pos de esa búsqueda, ha atesorado en ese ejercitar la caligrafía sobre la piel ajena, construyendo un lenguaje paralelo, propio e intraducible. Una forma de, al construir puentes entre corazones, ver el mundo desde otros ojos.
Es decir, algo tan necesario y sensato como descubrirnos en el Otro.
 Dira nació en Cumaná. A los 16 años la abandonó para volver a los 30, luego de pasar dos años en Nueva York. Aunque tiene alma de gitana, estar en una hamaca frente al mar, quedarse dormida mientras escucha el sonido de las olas, forme parte de su más íntima querencia, de sus anhelos cotidianos cuando está lejos de ese horizonte infinito.
"Lo importante es que uno se entregue con pasión a lo que hace para que cuando llegue el momento de ceder espacios saber que uno dio lo mejor de si mismo en el momento oportuno", responde a la pregunta de hasta cuándo piensa explorar en la intervención de cuerpos.
Mientras ese momento llega, sigue asentando poemas que retornan a ella cargándola de ese conocimiento menos vanidoso y más perdurable que los mayores llamaban sabiduría. “Hace días le comentaba a un amigo poeta que en ese preciso instante que empecemos a sentir felicidad interna con todo ese conocimiento acumulado, sabremos inmediatamente que estamos en presencia de la verdadera sabiduría”, asevera mientras la melancólica dulzura de su sonrisa secunda, convencida, cada una de sus palabras.
Dira Martínez Mendoza

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*Narrador venezolano. 
Cofundador y editor del portal Ficción  Breve Venezolana
Twitter: @hectorres

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