jueves, 10 de marzo de 2011

Música y tecnología: nuevas formas de producción, difusión y consumo de la música



 Giovani Mendoza

   Si bien algunos primates, entre otros animales, son capaces de usar herramientas para llevar a cabo ciertas tareas, es el hombre -condición de homo sapiens mediante- el único capaz no solo de aprender a usarlas, sino de mejorarlas en la marcha; es así, que el desarrollo tecnológico ha sido parte de nuestro ya longevo divagar por el planeta.
   No voy a remontarme aquí a la invención de la rueda, cayendo en aquello que Yolanda Segnini llama “la obsesión de los orígenes”, cuando se cree que para hacer historia es necesario retrotraerse a la Grecia Antigua, aunque su objeto de estudio sean las recientes revueltas en los países árabes, por referirme a un hecho en extremo actual.
   El desarrollo de las diversas tecnologías y áreas del conocimiento científico, tienen siempre un impacto - a veces incalculable - en la forma en la que nos relacionamos entre nosotros como miembros de una comunidad. La invención de la imprenta cerca de 1450, cambió para siempre la producción y consumo de libros, por nombrar un lugar común. Apenas un par de décadas después, hacia 1475, se hicieron los primeros intentos por emplear la innovación de Gutenberg, que consistía en la utilización de tipos móviles, para la reproducción mecánica de las partituras musicales. Pero fue en 1501 que se dio el paso decisivo, cuando el italiano Ottaviano Petrucci publicó el primer libro completamente musical hecho con tipos móviles (1). Aún hoy, el célebre programa de transcripción musical por computadora Finale, usa “Petrucci” como una de sus fuentes, en honor al emprendedor impresor italiano. Este es apenas un ejemplo de la influencia que un avance tecnológico puede tener en la cultura, y específicamente en la música, en tanto que producto social. Su historia está plagada de apropiaciones de todo tipo en diversos campos: la física, la química, la acústica, etc.
   La primera década del siglo XXI, ha significado una serie de invenciones cuya repercusión en la música ha sido particularmente notoria. Ahora bien, lo primero que debe entenderse es que esto no nació de la nada. La prehistoria más reciente de este fenómeno la podemos encontrar, por ejemplo, en la creación a principios de los años noventa del “MPEG-1 Audio Layer III”, mejor conocido como “mp3”, un formato de compresión de audio que permitió aligerar el “peso” de los archivos, haciendo mucho más fácil y rápida -por lo tanto más eficaz- la forma en la que interactuamos, musicalmente hablando. Los visionarios de la informática, Apple y Microsoft, para reducirlo a las dos empresas más importantes del mercado, comenzaron a desarrollar una serie de herramientas que en los noventa se dieron a conocer como “multimedia”, consistente, a grandes rasgos, en un kit de aplicaciones que facilitaban el consumo, intercambio, difusión y creación, tanto de música, como de otros productos relacionados con el mundo audiovisual, pero a nivel personal, casero. Esto dio pie a la masificación de los “home studios”, y un largo etcétera en el que no viene al caso detenerse en este momento. En síntesis, hoy disponemos de reproductores digitales portátiles, páginas especializadas para “bajar” música en formato digital -tanto paga como gratuita- así como alianzas con el mundo de las telecomunicaciones en las que, recíprocamente, se crean tanto modelos de teléfonos móviles cada vez más interactivos para los software existentes, como se diseñan los software especialmente para los prototipos propuestos por las grandes compañías, todo en aras de colocarse en la cresta de esa ola que se llama mercado global, en el que la música juega un rol de trascendencia por una razón quizá menos romántica de lo que se cree y en la cual casi nunca pensamos: la música vende.
   Entramos aquí en la entretela de todo este panorama que, hasta ahora, he abordado muy descriptivamente y tiene que ver con las relaciones de poder que habitan las diferentes plataformas de producción, difusión, consumo y creación musicales. Esto se define de una forma muy sencilla, propia del sistema capitalista: quiénes pueden acceder a todo este mundo anteriormente descrito y quiénes no. Según datos recientes, de los 6,8 billones de habitantes que aproximadamente tiene el planeta, tienen acceso a Internet más o menos 1,9 billones, es decir el 28 %. Cuando escudriñamos un poco más sobre la distribución de esta última cifra, nos damos cuenta de las grandes desigualdades que hay en dicho acceso, las cuales están íntimamente relacionadas con las economías de los países industrializados y las de los países “subdesarrollados”, “en vías de desarrollo” o “economías emergentes”, también llamados. Para ilustrar este punto, baste decir que en China, 420 millones de personas tienen esta capacidad, seguida de la Unión Europea con 337 millones de usuarios. El turno en la lista corresponde a los Estados Unidos, donde un 77 % de la población puede gozar de las bondades de esta tecnología de la comunicación, representando 239 millones de usuarios, del total de 1,9 billones. En contraste, en África solo accede a Internet el 10 % de su población neta, mientras que en Latinoamérica, usted que lee y yo que escribo estas líneas, formamos parte de los 204 millones de usuarios de la red, lo cual representa un 34 % de nuestra población total (2). Esto es lo que ha impulsado a estudiosos como Manuel Castells a advertir que “La disparidad entre los que tienen y no tienen Internet amplía aún más la brecha de la desigualdad y la exclusión social” (૩).
   Ahora bien, las cosas han ido mutando de manera gradual, y ese cambio está íntimamente relacionado con la crisis que vive el sistema capitalista mundial, la cual decantó en el crack financiero del pasado año. Esta realidad material nos ha llevado a buscar vías alternas en muchos sectores (en el político es el más evidente, con el surgimiento de movimientos progresistas en muchas partes del mundo), siendo el uso de las tecnologías uno de estos. Paradójicamente, África y el Medio Oriente, han ido teniendo un crecimiento exponencial del número de usuarios entre 2000 y 2010, de manera que algunos expertos estiman que en poco tiempo estarán a la par con el resto del mundo. Una muestra de ello también es el nacimiento de tecnologías free software, siendo el más popular el caso del sistema operativo Linux, en oposición a sus pares MAC OS (Apple) y Windows (Microsoft). Otro ejemplo es el desarrollo de navegadores de libre acceso como Mozilla Firefox y Google Chrome, que lograron desplazar casi por completo al Internet Explorer de Microsoft, el cual se adquiría, antes, a través de la compra de licencia.
   Esto ha representado una verdadera revolución en el mundo de los negocios, dando paso al nacimiento de una cantidad impresionante de sitios de acceso gratuito, que ofrecen una serie de ventajas tecnológicas de alto impacto en la forma como ahora nos relacionamos con el quehacer musical. En primer plano, están las redes sociales como Facebook, la más conocida y con mayor cantidad de usuarios del planeta. Otro caso particularmente relacionado con la música, lo encontramos en portales como Youtube y Myspace, diseñados como verdaderas plataformas para la promoción, intercambio y creación de música y, lo más importante, al alcance de (casi) todos. Lo interesante, es que ya no es exclusivamente necesario contar con el apoyo del aparato publicitario y multimillonario de las grandes firmas de la industria musical, para la difusión de un producto, sino que, cualquiera, en plan individual o colectivo, puede aprovechar estas herramientas, quedando el éxito de las mismas restringido más a un asunto de estrategia que de posibilidades. Dicho de otro modo: Youtube, Myspace, blogs de todo tipo, sitios para colgar música mp3, Facebook, etc., están allí, al alcance de un click. El montaje y diseños son procesos relativamente sencillos. Lo realmente importante es la estrategia de promoción que capte el mayor número de usuarios, colocando al músico ya no solo en un rol de artista estrictamente, sino obligándolo a la autogerencia de su carrera. Además, estos espacios, al no depender, en principio, de ningún poder económico, ofrecen una vía de democratización de los discursos: un artista puede dar rienda suelta a su impulso creador, sin el temor de ser vetado por ningún magnate de la industria, porque este sencillamente desaparece de la escena, ahora la comunicación es mucho más efectiva, más directa, entre el artista y el público que recibe la propuesta. Sobre este punto hay otro aspecto a destacar, pues hace 20 años, por lo menos, las posibilidades de expresarle a un artista la opinión generada por alguna de sus obras, era a través del correo tradicional, a lo sumo. Las nuevas tecnologías de comunicación alternativas, ofrecen una oportunidad de retroalimentación inédita, ya que, en la mayoría de los casos, se pueden hacer comentarios sobre los posts (sean estos videos, archivos de audio, artículos, etc.); (4) además, casi todos tienen contadores de visitas, que permiten seguir la historia de un post una vez colgado en alguno de estos portales. Debo confesar que a veces cuando requiero revisar algún documento en Youtube, por ejemplo, yo mismo he dedicado mucho tiempo a leer los comentarios sobre el video que esté viendo en ese momento, pues me parece una mina de oro de la recepción moderna de los productos audiovisuales, algo con lo que no se contaba en el pasado.
   En definitiva, el propio sistema capitalista que todo lo vende, ha dejado florecer dentro de sí mismo formas discursivas que combaten sus postulados en su propio terreno. En palabras de Brum Lemos et ali.: “Internet modificó también los modos de producción y gestión política de conocimiento, descentralizando esos procesos. Gracias a ella [a Internet], ya no dependemos de la buena voluntad del mercado, de la burocracia, de los grandes medios de comunicación de masa, de la industria editorial, del marketing”… (5)
  

1.- Giampaolo Mele (2007). “Los orígenes de la imprenta musical”. Trad. de José Luis Gil Arista.  Disponible: http://www.conservatoriorioja.com/pdfs2/edicion/editema11.pdf

3.- Cit. Por Lucio Latorre (2006). “Una tecnología que acrecienta la desigualdad social”. Disponible: http://www.revistateina.org/teina12/dos1.htm

4.- El mejor ejemplo de esta interacción sin duda lo representa twitter, red social en la que personajes del mundo político, académico y cultural en general, están en contacto constante con sus seguidores. En este sentido, la cantante pop Lady Gaga, ha resultado todo un fenómeno, al erigirse como la celebridad con más seguidores en la red del pajarillo azul, con 8,6 millones de seguidores.

 5.-  Maria Alzira Brum Lemos et ali. (2004). “Intelectuais e cibercultura: além de apocalípticos e integrados”. Disponible: http://www.espacoacademico.com.br/033/33clemos.htm. “A Internet mudou, também, os modos de produção e gestão política do conhecimento, descentralizando esses processos. Graças a ela, já não dependemos apenas da boa vontade do mercado, da burocracia, dos grandes meios de comunicação de massa, daindústria editorial, do marketing”… (Trad. mía).