jueves, 19 de mayo de 2011

Letralia.com, una quinceañera con una memoria enciclopédica

Héctor Torres*


   Antes de la aparición de la imprenta, ideada en 1450 por Gutemberg, en la ciudad alemana de Maguncia, los pocos ejemplares de libros que existían eran copiados a mano tras largas y fatigosas jornadas, lo que hacía de cada copia un original fabricado por exclusivo encargo. Ese demorado y costoso proceso de duplicación de títulos ya nos da una idea de cuántas personas podían encargar un libro. O más asombroso aún, de cuántas personas sabrían (y tendrían motivos para) leer en la era pre-imprenta.
   Transcurrieron 400 años para que el mundo presenciara otra hazaña del ingenio, no ya en la masificación de los contenidos, sino en la velocidad de las comunicaciones. Antes de 1832, toda comunicación tardaba la velocidad del mensajero en alcanzar su destino. Es decir, que la correspondencia era un objeto limitado por los medios de transporte que el hombre había desarrollado. Para 1850 ya el telégrafo inventado por el norteamericano Samuel Morse se había extendido por Estados Unidos, Inglaterra y comenzaba a propagarse por otros países de Europa.
   La correspondencia dejaba de ser un hecho físico que viajaba a la modesta velocidad de los medios de entonces, para convertirse en algo más complejo y eficaz. La distancia adquiría otro sentido cuando la información emanada por alguien podía llegar muchísimo antes de lo que llegaría un hombre si saliese al mismo tiempo. En adelante, la guerra, el amor, la política, los negocios, ya no serían lo mismo. Para bien y para mal.
   Hitos que constituyeron un “doblar la hoja”. Momentos que hicieron al mundo más pequeño. Verdaderas revoluciones que cambiaron el modo de pensar y de actuar de sus respectivas épocas. La realidad, tal como se daba por sentada, quedaba desbaratada por la insaciable curiosidad del Hombre.
   Casi 250 años después nos alcanzaría la síntesis de ambas revoluciones. La masificación en la reproducción de contenidos y la comunicación de ideas y noticias prescindiendo del soporte físico encontraron el camino de su fusión a partir de 1989, con esa creación del inglés Tim Berners-Lee conocida como la World Wide Web (en confianza, “la web”).
   Curiosamente, esos hitos se asentaron en nuestro país en lapsos de cien años entre uno y otro. La imprenta en 1808. En la primera década del 1900 las líneas telegráficas ya cubrían buena parte del país, como para poder decir que se trataba de un servicio nacional. Y a menos de siete años del nacimiento de la web, ya en pleno siglo XXI, mientras el mundo avanzaba en la comprensión de toda una nueva forma de percepción de la realidad, Venezuela comenzaba a darle uso a este invento. Entre los pioneros se encontraba un proyecto de difusión de literatura (de los primeros del continente, valga acotar) que fue bautizado como: Letralia, tierra de Letras.

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   Estaba en La Victoria (viví siete años en Aragua) cuando alguien me comentó que un narrador de Cagua estaba iniciando una “revista en Internet”. Se suponía que mis estudios en Informática podían arrojar luces que tradujeran en palabras comprensibles lo que significaba una revista virtual. Es decir, que intentara explicar cómo era posible que “algo” que no se podía ver ni tocar fuera de las pantallas, se pudiese considerar una revista.
   Ciertamente, ahora parecería una discusión bizantina, pero así como en estos tiempos nada está fuera de la red, hace quince años nada estaba adentro. El problema estribaba en explicar por qué debía estarlo.
   Me reuní, en efecto, con un tal Jorge Gómez Jiménez, quien me trasmitió más su entusiasmo que sus certezas sobre el futuro que tenía el asunto. Tanto, que sin lograr entender a cabalidad el funcionamiento de su revista virtual, le entregué unos cuentos para el primer número, el cual salió al aire el 20 de mayo de 1.996. Recuerdo que ese día me llamó y me informó, orgulloso: “Ya estás en la web”. Recuerdo, también, que sentí una alegría ajustada a las circunstancias. Es decir, inasible.

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   Desde entonces y hasta ahora, salvo situaciones excepcionales, un nuevo número de Letralia ve la luz el primero y el tercer lunes de cada mes, en dos formatos: HTML y Modo texto. Su clásica conformación de revista impresa diseñada para la web, contiene, además del editorial, secciones fijas tales como: Breves, Noticias, Literatura en Internet, Entrevistas, Artículos y reportajes, Sala de ensayo, Letras y El regreso del caracol, entre otras, para un promedio de 70 artículos por cada edición (que serían entre 250 y 300 páginas, si se editase en papel). Así mismo, Gómez Jiménez, su editor, además de redactar buena parte de ese material y darle el sí final a las colaboraciones recibidas, tiene que responder un promedio de 100 correos mensuales de interesados en publicar en el sitio.
   No obstante la extensión de cada número, Letralia ha crecido hacia “ciudades satélites” que tienen vida e historia propia, aunque formen parte de esa “Tierra de Letras”: Editorial Letralia, Ciudad Letralia, Aula Letralia y Transletralia, además de Itinerario (una guía de sitios relacionados con literatura y arte en general) y la Guía de Concursos Literarios, una de las más completas del mundo de habla hispana.
   Agrégueselo a todo eso la edición de libros digitales, muchos de ellos acompañando las ediciones aniversarias. Como el caso de esta edición 15, con un libro temático con la participación de 35 autores sobre el tema “del doble” e incluirá ensayos, cuentos y poemas en torno a variantes del mismo: el plagio literario, los textos apócrifos, el alter-ego, etc.
   Quince años de la vida del editor al frente de esta faena. Quince años leyendo cuentos, poemas, ensayos, entrevistas, noticias, lanzamientos y eventos literarios llegados de todo el mundo de habla hispana, respondiendo amables correos de aceptación o rechazo, para conformar el material de cada nueva edición. Una labor que si se midiese en números podría traducirse en 253 ediciones (contando la del 15º aniversario), o en un poco más de 2.300 autores publicados. O casi 5.500 días dedicados a un mismo proyecto que atesora millones de palabras localizables en una misma dirección: www.letralia.com
   No es improbable que sólo Gómez Jiménez haya leído de forma íntegra todo ese copioso material. Tampoco es improbable que, dado la dificultad para publicar de aquellos tiempos remotos, Letralia acumule más letras en un mismo espacio que la mítica biblioteca de Alejandría. Lo que sí es seguro es que su trabajo es conocido en todo el mundo hispanohablante, es invitado frecuente a los encuentros internacionales que se realizan sobre el tema y ha recibido numerosos reconocimientos por el mismo, entre ellos, el ser finalista en dos ediciones de los prestigiosos Stockholm Challenge, que cada dos años otorga el gobierno de Estocolmo, con el apoyo del Royal Institute of Technology (KTH), a proyectos que hagan uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para mejorar la calidad de vida de grupos humanos específicos.

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   Letralia es una muestra elocuente de qué hablamos cuando hablamos de la síntesis de dos inventos revolucionarios: la web no se trata de la imprenta, ni se trata del telégrafo, se trata de ambas cosas. Conceptualmente, es el más libertario y democrático invento del hombre para comunicarse y difundir contenidos que se haya inventado hasta ahora.

   Letralia es un universo dedicado a difundir una muestra significativa de la literatura que se hace en español, con especial énfasis en los autores que no están bajo el cenital de los grandes sellos editoriales. En sus espacios nadie paga por leer y nadie paga por publicar. Paseando por sus innumerables rincones y laberintos, observando el cuidado, la atención puesta en cada detalle, el acabado del producto final, aunado al tiempo, a la vastedad de la muestra, a la perseverancia, salta a la vista el orgullo que su creador siente por ella.

   Quince años. Más de 250 ediciones. Consultado sobre cuál era la expectativa que tenía acerca del número de ediciones a las cuales apostaba aquel 20 de mayo de 1996, Jorge Gómez Jiménez no titubea. “Pensaba que no pasaría de veinte. Estaba convencido de que me iba a aburrir”.

Jorge Gómez Jiménez en Estocolmo



*Narrador venezolano.
Cofundador y editor del portal Ficción Breve Venezolana 
Twitter: @hectorres




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