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Música y tecnología: nuevas formas de producción, difusión y consumo de la música
Giovani Mendoza


   Si bien algunos primates, entre otros animales, son capaces de usar herramientas para llevar a cabo ciertas tareas, es el hombre -condición de homo sapiens mediante- el único capaz no solo de aprender a usarlas, sino de mejorarlas en la marcha; es así, que el desarrollo tecnológico ha sido parte de nuestro ya longevo divagar por el planeta.
   No voy a remontarme aquí a la invención de la rueda, cayendo en aquello que Yolanda Segnini llama “la obsesión de los orígenes”, cuando se cree que para hacer historia es necesario retrotraerse a la Grecia Antigua, aunque su objeto de estudio sean las recientes revueltas en los países árabes, por referirme a un hecho en extremo actual.
  El desarrollo de las diversas tecnologías y áreas del conocimiento científico, tienen siempre un impacto - a veces incalculable - en la forma en la que nos relacionamos entre nosotros como miembros de una comunidad. La invención de la imprenta cerca de 1450, cambió para siempre la producción y consumo de libros, por nombrar un lugar común. Apenas un par de décadas después, hacia 1475, se hicieron los primeros intentos por emplear la innovación de Gutenberg, que consistía en la utilización de tipos móviles, para la reproducción mecánica de las partituras musicales. Pero fue en 1501 que se dio el paso decisivo, cuando el italiano Ottaviano Petrucci publicó el primer libro completamente musical hecho con tipos móviles (1). Aún hoy, el célebre programa de transcripción musical por computadora Finale, usa “Petrucci” como una de sus fuentes, en honor al emprendedor impresor italiano. Este es apenas un ejemplo de la influencia que un avance tecnológico puede tener en la cultura, y específicamente en la música, en tanto que producto social. Su historia está plagada de apropiaciones de todo tipo en diversos campos: la física, la química, la acústica, etc.
  La primera década del siglo XXI, ha significado una serie de invenciones cuya repercusión en la música ha sido particularmente notoria. Ahora bien, lo primero que debe entenderse es que esto no nació de la nada. La prehistoria más reciente de este fenómeno la podemos encontrar, por ejemplo, en la creación a principios de los años noventa del “MPEG-1 Audio Layer III”, mejor conocido como “mp3”, un formato de compresión de audio que permitió aligerar el “peso” de los archivos, haciendo mucho más fácil y rápida -por lo tanto más eficaz- la forma en la que interactuamos, musicalmente hablando. Los visionarios de la informática, Apple y Microsoft, para reducirlo a las dos empresas más importantes del mercado, comenzaron a desarrollar una serie de herramientas que en los noventa se dieron a conocer como “multimedia”, consistente, a grandes rasgos, en un kit de aplicaciones que facilitaban el consumo, intercambio, difusión y creación, tanto de música, como de otros productos relacionados con el mundo audiovisual, pero a nivel personal, casero. Esto dio pie a la masificación de los “home studios”, y un largo etcétera en el que no viene al caso detenerse en este momento. En síntesis, hoy disponemos de reproductores digitales portátiles, páginas especializadas para “bajar” música en formato digital -tanto paga como gratuita- así como alianzas con el mundo de las telecomunicaciones en las que, recíprocamente, se crean tanto modelos de teléfonos móviles cada vez más interactivos para los software existentes, como se diseñan los software especialmente para los prototipos propuestos por las grandes compañías, todo en aras de colocarse en la cresta de esa ola que se llama mercado global, en el que la música juega un rol de trascendencia por una razón quizá menos romántica de lo que se cree y en la cual casi nunca pensamos: la música vende.
   Entramos aquí en la entretela de todo este panorama que, hasta ahora, he abordado muy descriptivamente y tiene que ver con las relaciones de poder que habitan las diferentes plataformas de producción, difusión, consumo y creación musicales. Esto se define de una forma muy sencilla, propia del sistema capitalista: quiénes pueden acceder a todo este mundo anteriormente descrito y quiénes no. Según datos recientes, de los 6,8 billones de habitantes que aproximadamente tiene el planeta, tienen acceso a Internet más o menos 1,9 billones, es decir el 28 %. Cuando escudriñamos un poco más sobre la distribución de esta última cifra, nos damos cuenta de las grandes desigualdades que hay en dicho acceso, las cuales están íntimamente relacionadas con las economías de los países industrializados y las de los países “subdesarrollados”, “en vías de desarrollo” o “economías emergentes”, también llamados. Para ilustrar este punto, baste decir que en China, 420 millones de personas tienen esta capacidad, seguida de la Unión Europea con 337 millones de usuarios. El turno en la lista corresponde a los Estados Unidos, donde un 77 % de la población puede gozar de las bondades de esta tecnología de la comunicación, representando 239 millones de usuarios, del total de 1,9 billones. En contraste, en África solo accede a Internet el 10 % de su población neta, mientras que en Latinoamérica, usted que lee y yo que escribo estas líneas, formamos parte de los 204 millones de usuarios de la red, lo cual representa un 34 % de nuestra población total (2). Esto es lo que ha impulsado a estudiosos como Manuel Castells a advertir que “La disparidad entre los que tienen y no tienen Internet amplía aún más la brecha de la desigualdad y la exclusión social” (૩).
   Ahora bien, las cosas han ido mutando de manera gradual, y ese cambio está íntimamente relacionado con la crisis que vive el sistema capitalista mundial, la cual decantó en el crack financiero del pasado año. Esta realidad material nos ha llevado a buscar vías alternas en muchos sectores (en el político es el más evidente, con el surgimiento de movimientos progresistas en muchas partes del mundo), siendo el uso de las tecnologías uno de estos. Paradójicamente, África y el Medio Oriente, han ido teniendo un crecimiento exponencial del número de usuarios entre 2000 y 2010, de manera que algunos expertos estiman que en poco tiempo estarán a la par con el resto del mundo. Una muestra de ello también es el nacimiento de tecnologías free software, siendo el más popular el caso del sistema operativo Linux, en oposición a sus pares MAC OS (Apple) y Windows (Microsoft). Otro ejemplo es el desarrollo de navegadores de libre acceso como Mozilla Firefox y Google Chrome, que lograron desplazar casi por completo al Internet Explorer de Microsoft, el cual se adquiría, antes, a través de la compra de licencia.
   Esto ha representado una verdadera revolución en el mundo de los negocios, dando paso al nacimiento de una cantidad impresionante de sitios de acceso gratuito, que ofrecen una serie de ventajas tecnológicas de alto impacto en la forma como ahora nos relacionamos con el quehacer musical. En primer plano, están las redes sociales como Facebook, la más conocida y con mayor cantidad de usuarios del planeta. Otro caso particularmente relacionado con la música, lo encontramos en portales como Youtube y Myspace, diseñados como verdaderas plataformas para la promoción, intercambio y creación de música y, lo más importante, al alcance de (casi) todos. Lo interesante, es que ya no es exclusivamente necesario contar con el apoyo del aparato publicitario y multimillonario de las grandes firmas de la industria musical, para la difusión de un producto, sino que, cualquiera, en plan individual o colectivo, puede aprovechar estas herramientas, quedando el éxito de las mismas restringido más a un asunto de estrategia que de posibilidades. Dicho de otro modo: Youtube, Myspace, blogs de todo tipo, sitios para colgar música mp3, Facebook, etc., están allí, al alcance de un click. El montaje y diseños son procesos relativamente sencillos. Lo realmente importante es la estrategia de promoción que capte el mayor número de usuarios, colocando al músico ya no solo en un rol de artista estrictamente, sino obligándolo a la autogerencia de su carrera. Además, estos espacios, al no depender, en principio, de ningún poder económico, ofrecen una vía de democratización de los discursos: un artista puede dar rienda suelta a su impulso creador, sin el temor de ser vetado por ningún magnate de la industria, porque este sencillamente desaparece de la escena, ahora la comunicación es mucho más efectiva, más directa, entre el artista y el público que recibe la propuesta. Sobre este punto hay otro aspecto a destacar, pues hace 20 años, por lo menos, las posibilidades de expresarle a un artista la opinión generada por alguna de sus obras, era a través del correo tradicional, a lo sumo. Las nuevas tecnologías de comunicación alternativas, ofrecen una oportunidad de retroalimentación inédita, ya que, en la mayoría de los casos, se pueden hacer comentarios sobre los posts (sean estos videos, archivos de audio, artículos, etc.); (4) además, casi todos tienen contadores de visitas, que permiten seguir la historia de un post una vez colgado en alguno de estos portales. Debo confesar que a veces cuando requiero revisar algún documento en Youtube, por ejemplo, yo mismo he dedicado mucho tiempo a leer los comentarios sobre el video que esté viendo en ese momento, pues me parece una mina de oro de la recepción moderna de los productos audiovisuales, algo con lo que no se contaba en el pasado.
   En definitiva, el propio sistema capitalista que todo lo vende, ha dejado florecer dentro de sí mismo formas discursivas que combaten sus postulados en su propio terreno. En palabras de Brum Lemos et ali.: “Internet modificó también los modos de producción y gestión política de conocimiento, descentralizando esos procesos. Gracias a ella [a Internet], ya no dependemos de la buena voluntad del mercado, de la burocracia, de los grandes medios de comunicación de masa, de la industria editorial, del marketing”… (5)

1.- Giampaolo Mele (2007). “Los orígenes de la imprenta musical”. Trad. de José Luis Gil Arista. Disponible: http://www.conservatoriorioja.com/pdfs2/edicion/editema11.pdf


3.- Cit. Por Lucio Latorre (2006). “Una tecnología que acrecienta la desigualdad social”. Disponible: http://www.revistateina.org/teina12/dos1.htm

4.- El mejor ejemplo de esta interacción sin duda lo representa twitter, red social en la que personajes del mundo político, académico y cultural en general, están en contacto constante con sus seguidores. En este sentido, la cantante pop Lady Gaga, ha resultado todo un fenómeno, al erigirse como la celebridad con más seguidores en la red del pajarillo azul, con 8,6 millones de seguidores.

5.- Maria Alzira Brum Lemos et ali. (2004). “Intelectuais e cibercultura: além de apocalípticos e integrados”. Disponible: http://www.espacoacademico.com.br/033/33clemos.htm. “A Internet mudou, também, os modos de produção e gestão política do conhecimento, descentralizando esses processos. Graças a ela, já não dependemos apenas da boa vontade do mercado, da burocracia, dos grandes meios de comunicação de massa, daindústria editorial, do marketing”… (Trad. mía).






Para reunir a los locos de cada casa
Héctor Torres

   En su excelente Becoming on novelist, John Gardner, novelista, traductor y crítico nacido en Nueva York en 1933 y muerto apenas 49 años después, sentenció que “lo que salva al escritor la mitad de las veces es la locura que reina en su corrillo”. El que fuera profesor de escritura creativa de Raymond Carver en la Universidad de Chico, conocía esa explosiva mezcla de pasión e incertidumbre que entraña la vocación literaria del escritor joven, agregando que éste, más que nada, necesita de “un círculo de gente que valore lo que él valora, que crea, con razón o sin ella, que es mejor ser un buen escritor que un buen ejecutivo, político o científico”. El hombre, sin duda, es un animal social. Y eso lo sabía Gardner.

A lo largo de más de diez años al frente de Ficción Breve Venezolana, recibí un número significativo de correos de jóvenes que buscaban orientación para consolidar su vocación literaria. Muchos de ellos no querían tanto información concreta como apoyo para esa incierta decisión de “escribir en serio”. Algunos disfrazaban esa necesidad atacando al “cerrado mundo literario venezolano”.

Responder correos de este tipo con cierta frecuencia me hizo pulir mis argumentos al respecto. En todo oficio, les decía, hay personas susceptibles e inseguras que ven en la novedad un peligro. Pero esto no es una característica exclusiva del mundo de la literatura. Al contrario, siempre tuve a la mano nombres de reconocidos escritores, no sólo dispuestos a respaldar a las nuevas voces, sino ávidos por conocer de su existencia.

En todo caso, seguía argumentando, la literatura es tanto una actividad íntima (a efectos de creación), como social (a efectos de difusión), y hay que prestar atención a ambos aspectos. La del escritor huraño encerrado en su burbuja y descubierto por un editor “con ojo”, es una idea tan romántica como delirante.

El escritor novel, entonces, debe darse a conocer por dos razones: La primera, para despertar interés por su trabajo (todo eso que entra dentro de la etiqueta “hacerse un nombre”), y la segunda, porque en tanto hace vida social con otros en sus mismas circunstancias se sentirá menos incomprendido por el mundo.

De ahí que, ante la pregunta, ¿para qué sirven los talleres literarios?, la única respuesta sensata e irrefutable sería: para que los locos de cada casa sepan que no están tan solos. Que, aunque no se vean por la calle, hay muchos como ellos.

Y no sólo son los talleres literarios los sitios que reúnen a “los locos de cada casa”. Las tertulias y encuentros de literatura (como la Semana de la Nueva Narrativa Urbana, que reunió durante cinco ediciones a 75 voces emergentes de la narrativa venezolana; o las Noches de Poesía, que un viernes de cada mes reúne a maestros y aprendices de poetas en una misma mesa desde hace varios años; por nombrar dos casos), así como los concursos literarios, son espacios que propician no sólo esa vital convergencia para la confirmación de la vocación, sino para que el nombre del aspirante a escritor sea, dada su constancia en luchar contra los escollos, de interés para el mundo en el que aspira (así lo niegue) ser legitimado.

La brisa fresca que sopla desde hace varios años en la literatura venezolana contemporánea tiene en estas instituciones un agente fundamental. Tanto, que conforman un circuito más o menos definido, lo cual se puede verificar en las notas biográficas de muchos autores que han desarrollado su obra en la última década.

Sucede con algunos talleres (institucionales o dictados por figuras que han mostrado genuino interés por las generaciones de relevo, como Noguera, Liendo, Marcano o Centeno, por nombrar algunos en narrativa). Y con los concursos, muchos de los cuales se mantienen vivos más por la tozudez de sus organizadores que por sentido común. De estos, son tres los que se repiten con más frecuencia en las fichas de estas nuevas voces. Tienen en común el estar ya consolidados en su convocatoria y agregar al premio en metálico el incentivo de la publicación. Ellos son: El Concurso Nacional de Cuentos de Sacven, de carácter bienal y con 7 ediciones a cuestas; El Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores, para menores de 40 años y ya en su quinta edición; y el Concurso para Obras de Autores Inéditos Monte Ávila, en su novena convocatoria actualmente. Agrego a estos, el naciente Premio Nacional Universitario de Literatura, que ya va hacia su tercera edición y es para estudiantes de las universidades venezolanas, con el apoyo de la editorial Equinoccio.

¿Que son justos? ¿Que son infalibles? No necesariamente lo sean, pero los concursos literarios son los eventos que, cuando el viento está a favor, hacen la labor de llamar la atención del mundo sobre el nombre del bienaventurado. Lo demás, todo lo demás, lo debe hacer su persistencia, su instinto y su esfuerzo.



Pero esos espaldarazos ayudan. Y es tanto lo que está en contra, que lo sensato es aprovecharlos.




La Movida Acústica Urbana en la Caracas del siglo XXI: una confluencia de coordenadas culturales



Giovani Mendoza

La historia de esta historia


“Allí abunda la información musical del mundo entero -jazz, rock, World-beat, música contemporánea latinoamericana- y surgió un movimiento propio de pop urbano”. Jun Ishibashi


   Así describía a Caracas en 1993 el antropólogo de origen japonés y experto en estudios culturales latinoamericanos, Jun Ishibashi, en la presentación que acompaña a la primera edición del CD Maroa del Ensamble Gurrufío. Poco más de 15 años después, en 2009, Álvaro Paiva, miembro y vocero de la Movida Acústica Urbana (MAU), ofrece una semblanza cargada de contemporaneidad al mismo tiempo que de autoconciencia histórica -algo no muy frecuente en los artistas, particularmente entre los músicos- cuando define a la MAU como un grupo que comparte una afinidad estética signada por ser “música venezolana hecha por jóvenes músicos de todo el país; música original compuesta por todos nosotros que residimos en Caracas y que por ese hecho tenemos influencia de muchas otras músicas como el hip hop, la salsa, el rock; todas las cosas que pasan en la ciudad, las cornetas del tráfico, etc.”[1] Esto parece acreditar que está sucediendo lo que premonitoriamente escribió el mismo Ishibashi como corolario a lo que cité anteriormente: “Quien herede la música instrumental venezolana no debe mirar la riqueza del pasado sino hacia las posibilidades del futuro”.

MAU: herencia y novedad
   La Movida Acústica Urbana es un colectivo nacido a principios de 2007 y que reúne a 6 ensambles de música instrumental venezolana, por iniciativa de algunos músicos que hacen vida profesional en esta Caracas multisonora, cuyas experiencias les hacían coincidir en diversos planos tanto profesionales como personales. Es así como Los sinvergüenzas, Kapicúa, Encayapa y C4 Trío, al principio, y Kamarata Jazz y Nuevas Almas, después, se unieron para darle dirección colectiva a lo que cada uno venía haciendo individualmente.
   Que existieran grupos de música instrumental venezolana tanto en Caracas como en otras ciudades de Venezuela no representa ninguna primicia. Mis propios estudios sobre la historia de este tipo de agrupaciones en el país, revelan que datan de la segunda mitad del siglo XIX aproximadamente [2] , y que su presencia en la escena musical urbana fue cobrando fuerza dada la aparición de agrupaciones cimeras que marcaron un hito en nuestro contexto, como El Cuarteto Caraquita (c. 1938), Grupo Raíces de Venezuela (1976), El Cuarteto (1979) y Ensamble Gurrufío (1984), de los cuales los tres últimos siguen en pleno funcionamiento [3].
   Entonces, ¿qué es lo que hace noticia a la MAU? Hay varios puntos que podrían explicar su presencia en este momento específico de nuestro contexto cultural. A mi entender, la principal característica que atrae la atención del público es su carácter de colectivo, un hecho totalmente inédito en la historia reciente de nuestra realidad musical urbana, a pesar de que siempre existieron, paralelamente, grupos y personalidades descollantes de nuestra vida musical. En uno de los encuentros con la prensa, a razón del concierto de la MAU en el Aula Magna de la UCV en septiembre de 2009 aquí en Caracas, uno de los integrantes del colectivo se atrevió a decir que “la MAU es el país que queremos”. Lo que en principio pareciera un cliché extraído de algún discurso político sobresaturado de demagogia, o de algún libro de autoayuda, expresado además con el mayor candor, tal vez tenga cierto nivel de realidad. Sólo como hipótesis sociológica, puede que esa audiencia que ya tiene ganada la MAU, que va a sus conciertos y compra sus discos, pertenece a una franja de la sociedad venezolana que en la actualidad se ve comprimida entre los dos extremos que dominan el debate político nacional, que no se halla a sí misma en ninguno de los dos y que, probablemente, ve de alguna forma representadas en este colectivo sus propias aspiraciones ciudadanas: trabajar juntos por un bien común, algo que, insisto, resulta tan caro a los venezolanos de hoy. Aunque comprobar esta hipótesis requeriría de un trabajo de mayor envergadura, me atrevo a adelantar que estaríamos en presencia de un proceso de reconstrucción o resignificación de lo que Rafael Cartay (Fábrica de ciudadanos, 2003) llama nuestra “sensibilidad urbana”.
   Otro aspecto que se une a lo anterior es la noción de contemporaneidad que tienen los integrantes de la MAU, al saberse músicos del siglo XXI, que viven en una de las urbes más dinámicas del continente, culturalmente hablando. Esto queda evidenciado en la conciencia que tienen del uso de los medios de comunicación (los tradicionales, pero principalmente los alternativos propios de esta época); la conquista de espacios como Discovery Bar, por nombrar solo un ejemplo, impensables para los grupos tradicionales como los que nombré anteriormente; el apostar a una renovación del repertorio musical venezolano que rompa con las barreras del canon establecido, o lo que llama Nicolas Cook (De Madonna al canto gregoriano, 2001) el “museo musical”, pero sin irrespetarlo, por lo que en sus producciones discográficas uno encuentra versiones de temas “clásicos” como Dama antañona o El frutero, al lado de propuestas propias con un ancho de banda que va desde lo más tradicional a lo más vanguardista.
   El espacio es poco y la tela por cortar es mucha. El breve análisis que me permiten estas pocas líneas busca recordar que la música, sea cual sea su origen, concepto estético, etc., es un producto social de dialéctica inasible, que al mismo tiempo que refleja realidades ayuda a construirlas. Como sugiere Tia de Nora (Music in everyday life, 2000), más que un simple acompañante de nuestra cotidianidad, debemos entenderla como un recurso que produce “escenas, rutinas, suposiciones y ocasiones que constituyen la ‘vida social’”


[1] http://prodavinci.com/2009/09/25/videol-alvaro-paiva-y-la-movida-acustica-urbana-i/. En el libro electrónico de entrevistas ¿A qué suena Caracas? (2009) de Víctor Marín Viloria, Paiva profundiza esta idea.
[2] Por ejemplo en mi artículo “La flauta traversa en la música de cámara venezolana de raíz tradicional o popular: una práctica moderna cargada de tradición” (2009), entrego suficientes evidencias sobre este punto.
[3]En 2009 El cuarteto y Ensamble Gurrufío celebraron 30 y 25 años, respectivamente, con una serie de conciertos y grabaciones.


Nuestros Odiseos en Frankfurt, por Héctor Torres



   Decir que la Feria del Libro de Frankfurt, celebrada durante los primeros días del mes pasado, es el encuentro editorial más importante del planeta, sería una afirmación que tendría mucho de slogan y poco de argumento. ¿Qué elementos demuestran su privilegiada ubicación en el mapa de la industria editorial mundial? ¿Cómo hacernos una idea de sus dimensiones físicas y su poderosa convocatoria? ¿Decir, por ejemplo, que mueve nueve mil millones de euros y que es visitada por trescientas mil personas en tan sólo cinco días? ¿O que tiene sesenta años llevándose a cabo, con al menos 33 de ellos con rango internacional?

   Es posible que, más elocuente que todos estos números a la hora de imaginar su magnitud, lo sea una sentencia de su Encargado para América Latina y el Caribe, Dieter Schmidt, quien tras una buena cantidad de años trabajando para este encuentro, jura que “hay rincones de la Feria que nunca he visitado”.
*
    El país invitado de la 62ª edición de la Feria de Frankfurt fue, como ya se sabe, Argentina. La visibilidad cultural que adquieren los países invitados es enorme. Supone, no sólo ser la vitrina cultural del mundo por esos cinco días, sino varias centenas de títulos traducidos a diversos idiomas y, por supuesto, la entrada de una cantidad importante de sus autores a diversos mercados que, en otras circunstancias, requerirían varios años conquistar.
   Pero tener el privilegio de estar en el centro de la atención de los visitantes de la Frankfurter Buchmesse no es un hecho del todo azaroso. Siempre tendrá que soplar viento a favor, claro, pero hay elementos que ayudan a propiciar esa suerte. Que las editoriales del país aspirante tengan experiencia internacional y varios años de presencia en esa feria es una de ellas. Ostentar una tradición literaria sólida y amplia sería otra. Pero luego está el interés de mostrar a la industria universal del libro que el país en cuestión tiene mucho que ofrecer. Y esto último no sólo es un asunto de actitud y disposición. Argentina, por ejemplo, pagó por un programa de traducciones de más de 200 libros. Korea, cuando le tocó ser país invitado, invirtió 15 millones de euros. De hecho, para aprovechar comercial y culturalmente las bondades de esa privilegiada posición, un grueso contingente del país invitado debe instalarse un año antes y un año después en Alemania y, más precisamente, en la ciudad de Frankfurt. Es decir: mucha voluntad política y un fuerte músculo financiero, además de todas las virtudes descritas.
*
   A pesar de la aparente afinidad de agenda social con respecto a la diva de la cita (cuyo lema era: Cultura en movimiento), la presencia oficial de Venezuela en Frankfurt fue deslucida y en extremo discreta. Un modesto stand con algunos títulos de Monte Ávila y de El Perro y la Rana resumían la muestra que el Estado venezolano consideraba merecía exponerse en ese paraíso (o infierno, depende de cómo se le mire) Borgeano. Y, al margen de la presencia oficial, como botes en un océano tempestuoso, nuestras hazañas individuales, nuestros Odiseos: Alberto Barrera Tyzska en el stand de Gallimard, apostando al Premio Fémina hasta la “short list”. Israel Centeno en el stand de la española Periférica. BID&Co aprovechando el programa LitProm conjuntamente con el Goethe-Institut, para mostrar sus libros.

   Gestos (gestas) de venezolanos; es decir, de ciudadanos, pero no de un país.
*
   Venezuela, sin ninguna duda, tiene talento literario. Tiene tradición y relevo garantizado. Nuestro país mestizo, inmigrante, convulso y contradictorio tendría los temas, los tratamientos y la calidad para ofrecerle al mundo sus historias. Tenemos nombres y títulos contemporáneos, en toda la extensión de la palabra, con el mundo globalizado. Es decir, Venezuela tiene su Literatura. Le faltaría el sistema, la constancia, las políticas definidas, el proyecto de difusión que involucre a autores, editores y gobierno; el marco que permita tanto al sector público como al privado remar en un mismo bote y en una misma dirección. Es decir, otras circunstancias de país.

Mientras eso ocurre, su literatura se macera, esperando el momento de ofrecer al mundo lo mejor de sí.





lunes 31 de enero de 2011

Publicado por Sacven Creativa en 09:43 Enviar por correo electrónico Escribe un blog Compartir con Twitter Compartir con Facebook Compartir con Google Buzz 2 comentarios:

cherizay dijo...

Esta tardanza "Odisea" para que nuestra literatura venezolana deje de concentrarse en la tradición y pase a la herencia de vanguardia editorial, se hace cada día más postergada, nadando contra corriente de ofertas siempre más lucrativas que de patrocinios culturales. Como bien lo rescata Héctor Torres "talento hay y generación de relevo literario también" pero falta la propuesta y empuje del proyecto; la apuesta al cambio; la difusión editorial fiable y no embaucadora, además de la alianza empática (por estímulo, apoyo vocativo hacia los escritores) entre los sectores públicos y privados para que la presencia de nuestro país en esta clase de eventos no sea reiteradamente improvisada, lastimosa y paupérrima. Es triste ver a nuestros "Ulises" navegando en otros sellos editoriales para evitar naufragar en esa ardua empresa de mostrar sus producciones sin morir en el intento. Y esos héroes también los encontramos en casa donde la lista pica y se extiende.

Falta la razón de ser de una política que no se concentre en acciones de jerarquía y poder y sí en la imagen de un país diezmado en logísticas y programas culturales verdaderamente serios mas no de alocución populachera, propagandística.

31 de enero de 2011 17:21

Sacven Creativa dijo...

Muchas gracias por tu participación. Sacven Creativa siempre estará ocupada en enaltecer el talento nacional.