Giovani Mendoza*
La enfermedad del olvido
Cuenta José Peñín en su libro Larrain: De la orquesta de baile al derecho de autor, que, en 1994 escapado de su residencia de la caraqueña avenida Andrés Bello, cerca de SACVEN, Luis Alfonzo Larrain estuvo dos días perdido, deambulando por todos lados. Finalmente, un agente militar lo detuvo y lo llevó con unas monjas, quienes ubicaron a la familia, afortunadamente. Larrain sufría la enfermedad del olvido: alzheimer. Luego de ese episodio, fue internado en un ancianato donde falleció dos años después, víctima de un infarto.
El pasado 22 de julio, se cumplieron 100 años del nacimiento de uno de los músicos más interesantes de la escena musical urbana de nuestro país, Luis Alfonzo Larrain, conocido bajo el histriónico apodo de “El mago de la música bailable”. Sin embargo, la historia -como suele suceder de manera inexplicable con algunos hechos y personajes- ha sido un tanto mezquina con la obra de este particular artista. Es por ello que comencé este escrito aludiendo a uno de los pasajes que, si bien es de los menos amables de su vida, también es de los más poéticos, buscando recordar que a veces sufrimos una especie de alzheimer cultural, de olvido perpetuo que sepulta la vida y la obra de un individuo. Lo peor, y creo que es el caso del maestro Larrain, es que no hay un motivo evidente, no hay una intención develada para que esto sea así, simplemente es así. De hecho, y asumo el riesgo que esta afirmación tan categórica pueda acarrear, creo que, de no ser por la creación de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (SACVEN), muy probablemente Larrain sufriría el destierro histórico que sobrellevan, inexplicablemente insisto, otros personajes de nuestro entorno musical. Para nombrar sólo un ejemplo: ¿alguien sabe hoy quién es el maestro Rafael Minaya...?
Recordando a Larrain: antídoto contra el alzheimer cultural
La del maestro Larrain, no parece ser precisamente la típica historia de lucha “novelera” según la cual, el protagonista (¿héroe?), vence un sinfín de adversidades para coronar la vida finalmente. Nació en la vecina población de La Victoria, en el estado Aragua, el 22 de julio de 1911, en el seno de una familia acomodada, la cual, luego de la muerte del padre de Luis Alfonzo, se traslada a Caracas en 1918. Esa migración a la incipiente urbe capitalina de los años 20, lo pondría en contacto con las corrientes musicales de moda, en el seno de la naciente industria musical que tendría cuatro medios fundamentales de expresión: el cine, el disco, la radio y la televisión. En cada uno de ellos, el joven, talentoso y emprendedor Luis Alfonzo, incursionó, aprendió y salió bien librado de las dificultades, dejando surcos bien marcados en nuestro recorrido musical urbano, aunque para muchos, dichas huellas luzcan un tanto borrosas.
¿Qué hace a Luis Alfonzo Larrain como un personaje merecedor de pertenecer a nuestra historia musical? En primer lugar, y la principal razón por la cual aún su nombre resuena en nuestro mundo musical, es el creador de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (SACVEN, 1955), ente encargado, desde su concepción, de proteger los derechos de autor de sus asociados y recaudar los emolumentos generados por la explotación de sus obras. En segundo lugar, Larrain estuvo vinculado a tres de los medios de difusión más importantes de la primera mitad del siglo XX: el cine, la radio y la televisión. Fue además director de diversos conjuntos orquestales, compositor de lo que podríamos llamar música popular de masas (José Peñín), música popular comercial (José Ángel Viña), meso-música (Carlos Vega), música popular urbana (Juan Pablo González), o simplemente, música popular. Pero muy seguramente, como creador, para Larrain la música era simplemente música, siempre que fuese de la mejor calidad. Sobrados testimonios hay de que era un hombre estricto en cuanto a la disciplina de sus agrupaciones. Cuidaba cada detalle, desde la vestimenta, pasando por la calidad de los cantantes y músicos, hasta los buenos arreglos, para lo cual se rodeaba siempre de gente de primer nivel. Arreglistas suyos fueron un joven pero de talento indomable Aldemaro Romero; un Aníbal Abreu; un Jesús “Chucho” Sanoja, por nombrar solo a los más recurrentes.
Larrain y el nacimiento de un sonido urbano
Uno de los momentos más importantes de nuestra historia musical, lo constituye sin duda el nacimiento y auge de las orquestas de baile que tanta alegría y momentos de solaz han brindado a los venezolanos. Larrain estuvo vinculado también a la configuración de esta nueva realidad musical que no solo era sonora, sino coreográfica, pues era música con un fin social específico: el baile. Desde muy joven, estuvo animado siempre por emprender cosas nuevas. Hacia 1925, con 14 años acuestas, crea junto a los músicos capitalinos Raúl Briceño, Eduardo Serrano y Antonio Uzcátegui, un cuarteto en el cual él mismo interpretaba el banjo. Más tarde creará otro par de conjuntos, hasta que, por fin, en 1939 conforma la primera orquesta de baile de gran alcance, la cual tenía como solista a la cantante Elisa Soteldo, quien a la postre se convertiría en su primera esposa. Por esos mismos años, había llegado desde República Dominicana uno de los músicos más influyentes en nuestra escena musical urbana, el maestro Luis María Frómeta, mejor conocido como “Billo” Frómeta, fundador de la orquesta de baile cimera de Venezuela o, al menos, la más popular: la “Billo’s Caracas Boys”. Muchas historias y mitos se han tejido en torno a los desencuentros entre estos dos colosos de la música bailable, pero la verdad sea dicha: ambos maestros eran partícipes de una rivalidad profesional de alto nivel, que pugnaba por ganar espacios, pero que era también de respeto mutuo y hasta de cooperación.
Al rescate de un género
Justamente, en este empeño por innovar, Luis Alfonzo usó su orquesta para desmontar el discurso social imperante en aquellos años, según el cual el merengue caraqueño, al cual se le adosaba con cierto aire de descrédito el mote de “rucaneao”, era un baile de linaje dudoso, de botiquín, de prostíbulo. Fue así que, convencido de la riqueza rítmica de este género, el maestro se atrevió horadar el himen social que protegía a las élites caraqueñas, del contacto con aquella clase de música. Varias versiones se cuentan sobre cuándo y cómo sucedió este hecho. La que entrega José Peñín en el libro citado al comienzo, la ubica en 1939, en la fiesta de fin de año del Hotel Majestic, probablemente el espacio más fino que conocía la ciudad en ese momento. Esa, según parece, fue la primera vez que nuestro hoy popular merengue, salió de los casi clandestinos espacios del “mabil”, para insertarse en la alta sociedad, llevado de la mano de arreglos de primer orden, interpretados por una orquesta de no menos nivel: la de Luis Alfonzo Larrain.
Aún hay mucho que contar, mucho por conocer de uno de los personajes emblemáticos de nuestro contexto musical urbano. Pero este pequeño recuento sobre su vida -reflexivo a ratos- es un intento por advertir que, la historia, nuestra historia, particularmente la musical, tiene muchas lagunas. Y si bien el alzheimer, esa penosa enfermedad mental, el mal de los sin-memoria, no tiene remedio conocido, el alzheimer cultural, en cambio, puede erradicarse.
*Musicólogo, compositor y flautista
Twitter: @dofasolre
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