jueves, 10 de noviembre de 2011

La música y la revolución digital del siglo 21



Juan Carlos Ballesta*


   ¿Hacia donde se dirige la industria musical? Nuevos paradigmas han aparecido, resultando inevitable la reinvención de todo lo que se relaciona con el universo musical, desde el propio núcleo de los procesos creativos hasta las formas de consumo, difusión y mercadeo. Todo ha cambiado en este siglo y el que no se suba al tren se quedará anclado en el pasado.

   Hace apenas diez años pocos sospechaban que se produciría un cambio tan drástico en las formas de difusión y los hábitos de consumo musical en todo el planeta, los cuales han impactado de forma definitiva en el devenir de la industria musical. Para entonces, comienzo de un nuevo siglo, la forma de acercamiento primario a la música podía ser a través de la radio o un concierto. De igual manera, las vías de promoción eran las habituales: radio, TV y medios impresos. Pero, ya comenzaba a producirse un punto de inflexión que impactaría de manera decisiva a todos los involucrados en el quehacer musical: disqueras, productores, músicos, compradores, promotores… 

   No hay ámbito que no se haya visto tocado, para bien o para mal, por los diversos cambios que se han suscitado durante lo que va de siglo. En el paso de una década a otra, de un siglo a otro, cuando se hablaba del famoso fenómeno del Y2K que amenazaba con desprogramar los sistemas informáticos (cosa que no pasó), despuntaba el internet de alta velocidad y la capacidad de almacenamiento de computadores personales y servidores centrales crecía de forma notable. Surgían las primeras comunidades virtuales de intercambio de archivos, con napster a la cabeza, y con ello la disponibilidad casi infinita de conseguir música. Una guerra sin cuartel se libró contra esa para entonces novedosa y revolucionaria plataforma que terminó desapareciendo, pero fue imposible evitar que al mismo tiempo proliferaran, sin temor alguno a las represalias y ataques cibernéticos, otras de similar funcionamiento como eMule, Limewire o Soulseek, así como como los Torrents, de mucho más difícil control. En el ámbito musical la primera red social que conectó a músicos con fans fue myspace, que durante varios años funcionó como tribuna para que el público conociera el trabajo de muchos grupos nuevos y se intercambiaran impresiones. Sin embargo, la interfase poco amigable terminó por atentar contra su funcionalidad, apareciendo nuevas plataformas, entre ellas Soundcloud, Reverbnation y Bandcamp.

   La seguidilla de acontecimientos relacionados siguió, ya en la segunda mitad de la década pasada, con diversos servicios como Rapidshare, Yousendit, Sendspace, Hotfile, Megaupload y muchos más, que facilitaron el alojamiento de archivos de tamaño considerable, de forma gratuita, en servidores de alta capacidad que permiten el intercambio anónimo entre usuarios de todo el mundo. Hoy, la novedad son los servicios tipo Dropbox o We Transfer, que permiten disponer de un espacio gratuito a la vista para ser compartido y administrado a conveniencia.

   Por otro lado, los blogs de descargas –la mayoría segmentados por estilos o épocas– se han multiplicado casi exponencialmente y a pesar del control que han intentado aplicar las policías cibernéticas de algunos países y de ciertos sellos disqueros tratando de eliminar links de descargas e incluso blogs enteros, ha sido imposible eliminar estas opciones para las descargas de música.

Más allá de lo ilegal

   El tema va más allá de lo legal o ilegal y se centra específicamente en la manera en que se entiende hoy en día la promoción del trabajo de un músico, en las facilidades que se tienen a mano para todo lo que antes se realizaba en instancias que generalmente el músico ni controlaba ni conocía bien. Mientras una gran mayoría ha entendido y aceptado, e incluso promovido y utilizado a su conveniencia, la consolidación de las plataformas digitales, un grupo cada vez menos numeroso de músicos –y por supuesto discográficas tradicionales– se resiste a entender los cambios que la tecnología ha producido y más aún, a comprender que ya no solo las nuevas generaciones han aceptado los cambios de paradigmas.

   Con la consolidación de las plataformas digitales ha cambiado la forma de pensar del músico, que hasta hace poco se aferraba a las ganancias que le proporcionaba la venta de discos. La nueva realidad ha terminado casi por completo con esa forma de ingreso, pero ha potenciado otras maneras. El disco físico ha pasado a ser una carta de presentación, prácticamente un fetiche para coleccionistas, mientras que el disco virtual gana terreno. Ya no es necesario invertir grandes cantidades de dinero en distribución convencional, ya que con apenas un click es posible conocer el trabajo de un grupo o músico ubicado en cualquier rincón del planeta. De la misma manera, un músico venezolano puede llegar con su música hasta las antípodas y ser así contratado para tocar. Gracias a esto, muchos grupos han pasado de tocar en un pequeño local de su ciudad a grandes festivales europeos y norteamericanos.

   Grupos de renombre e influencia como Radiohead han experimentado con las potencialidades y la libertad de internet. En 2007 para lanzar su disco In Rainbows, la estrategia de venderlo revolucionó la industria establecida, ya que decidieron ofrecerlo por el precio que cada uno de los compradores estimase suficiente. Todo lo recaudado pasó directamente a las finanzas del grupo, sin intermediarios. Lo más interesante es que Radiohead nunca ha contado con una página web compleja, sino únicamente con un portal. Ellos han delegado en algunos fanáticos dedicados la labor de mantener las páginas con la información detallada de la banda, con lo cual han construido una poderosa red digital. Poco antes de aquel disco habían finalizado la relación con la transnacional británica EMI Records, uno de las varios consorcios discográficos golpeados por los cambios de paradigmas. Pero aquella iniciativa no fue gratuita. Cada descarga requería del email de la persona, por lo que a fin de cuentas la transacción es del tipo “te doy mi música a cambio de que entres en mi base de datos y recibas mis noticias y ofertas”.

   De inmediato, otras iniciativas similares surgieron, entre ellas la de Nine Inch Nails que empezó a ofrecer diversas alternativas de su material en su página web, con ediciones limitadas con costo de coleccionista, formatos WAV a precio de CD y mp3 de 192kbps gratuitos.


Del cassette al mp3

   En los años 70, 80 y 90 el formato más popular para grabar música de forma casera fue el cassette. Nadie discutía entonces si copiar un LP en un cassette era legal o ilegal. Simplemente era un formato analógico de funcionamiento electromecánico que se había inventado para escuchar música en los carros y otros lugares, en dispositivos portátiles. Años después, el cassette fue desplazado por el CD-R, es decir, el disco compacto vírgen. Las quemadoras de CD sustituyeron a los grabadores de cassettes, el discman al walkman. Y poco después irrumpieron los formatos digitales de compresión, y con ellos los iPod y pequeños lectores. El más popular de los formatos ha sido siempre el mp3, que reduce el tamaño del archivo musical original en detrimento de su calidad (en el mejor de los casos, 320kbps, el audio es aún rescatable).

   La revolución digital se había instalado con el nuevo siglo cual huracán que arrasa sin miramientos todo a su paso, incluso lo más arraigado. Las nuevas generaciones han crecido con una nueva realidad en la que el romanticismo de décadas pasadas ha desaparecido. Eso, por supuesto, tiene sus bemoles.

   Muchas preguntas han ido surgiendo en estos últimos años, algunas de ellas con respuestas inciertas. ¿Desaparecerá el formato físico del catálogo de opciones? ¿Tiene el CD los días contados? ¿Se convertirá la descarga musical por Internet en la vía universal única para obtener música? ¿Desaparecerán los sellos disqueros tradicionales o se reinventarán?

   Opciones como la de los netlabels (sellos disqueros virtuales) existen desde hace varios años, en principio atendiendo el sector de la música electrónica y ya extendidos al universo pop y rock. Funcionan como vitrinas para todos los que buscan difundir su música sin pensar en el lucro por concepto de ventas, sino más bien buscando poder poner su nombre en el mapa musical del mundo y con ello conseguir contratos para tocar, que es donde en realidad está la ganancia de los músicos hoy en día.

Venezuela y sus particularidades

   En Venezuela la realidad tiene sus particularidades. Mucho antes que las disqueras entraran en crisis en el planeta, y con ellas toda la actividad relacionada, en nuestro país ya se había resentido de forma notable la actividad. Para la segunda mitad de los años 90, la independencia comenzó a ser la opción más viable –casi la única– para trabajar. En los últimos años la mayor parte de los discos editados en el país son de producción independiente, incluyendo aquellos que edita el CENDIS (Centro Nacional del Disco), de reciente creación y aún con algunos problemas de funcionamiento.

   Manejamos en Venezuela una situación particularmente interesante. Aunque no hay cifras oficiales, es relativamente fácil si se está en contacto permanente con la escena musical saber que la mayoría de los músicos han optado por ofrecer su música de forma gratuita a través de su página o las redes sociales. La realidad local será parte de un próximo análisis.




* Juan Carlos Ballesta
Editor Revista Ladosis
@jcballesta @revistaladosis



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