jueves, 15 de septiembre de 2011

La vida es literatura, pana. Y de la mala.

  Héctor Torres*


 Una de las habilidades que desarrollamos con el hábito de la lectura, es esa afilada capacidad de olfatear argumentos manidos y finales predecibles. En cierta ocasión, hace poco menos de un año, acompañando a un querido amigo en un durísimo momento por el que atravesaba, me contó uno de esos típicos episodios llenos de absurdas simetrías y juegos de espejos que la vida emplea, usualmente para anunciar el advenimiento de estas situaciones extremas. Luego de un silencio, procurándole un receso a su dolor en los predios del pensamiento, mi amigo sentenció:

   La vida es literatura, pana. Y de la mala.


Héctor Torres.
Fotografía Cortesía Librerías Kalathos
   No supe qué frase meritoria agregar a ese comentario tan devastado. Sin embargo me quedé pensando en que, en efecto, la vida parece echar mano de esas historias como una tosca forma de decirnos que todo, hasta lo más atroz, forma parte de un algo que entraña, en su ruda imparcialidad, una primitiva concepción de equilibrio, justicia o qué se yo.

Tiempo después, esa sentencia volvió a mí convertida en una esclarecedora certeza: La literatura no es una versión imperfecta de la vida, como suele creerse; la vida es una versión imperfecta de la literatura.

   Consciente o no de eso, el escritor tiene algo de explorador y algo de minero. Su intuición lo impulsa a buscar explicaciones no agotadas (es decir, verosímiles) a la vida (que es decir, a sus historias). Sabe reconocer esas tierras en las que ya no se puede cultivar nada, e intuir el orden adecuado con el que las palabras podrían arrojar luces sobre esa cosa amorfa e infinita llamada vida, para surcar, con el solo hecho de pensarlas, nuevas posibilidades.

   El que escribe, entonces, tiene algo de explorador y de minero, pero muy poco de conformista con la realidad, tal como viene del paquete.

   Así como la propia vida, el tiempo al que cada quien le toca vivir tiene sus momentos duros, enmarcados en esa cursi literatura de los símbolos arcanos. En esos momentos es que resultan tan necesarios aquellos que saben olfatear argumentos manidos y finales predecibles. Aquellos que, por no ser conformistas, ensayan otras explicaciones a la realidad de todos los días.

   En estos tiempos, en que para bien y para mal se ha revelado el espíritu nacional en toda su dimensión, encontramos que, junto al afán de hacer de un infeliz slogan una triste realidad (aquello de “somos millones con una sola voz”), ha surgido con más potencia que nunca el deseo de ofrecer nuevos argumentos a la vida, de darle alternativas a esa mala literatura que la realidad a veces se empeña en ofrecernos. Y ese deseo no viene solo: viene de la mano de espacios y proyectos que florecen contra toda cordura, permitiendo apostar al éxito de aquella empresa. Uno de esos proyectos es, sin duda alguna, este concurso de SACVEN que hoy, con la presentación del volumen que recoge los cuentos ganadores y mencionados de la séptima edición, concluye un nuevo ciclo que marca, a su vez, el inicio de otra tanda de buenas noticias y nuevos motivos para ampliar nuestra cartografía de la esperanza.


Finalistas del Concurso
Fotografía cortesía Librería Kalathos

   Este concurso y este hermoso volumen que hoy presentamos, son parte fundamental de esa cartografía. En él se reúnen algunos de los nombres que, gracias a su indeclinable perseverancia y su esencial inconformismo, son tercos reincidentes que ya se han asomado con éxito en otros espacios. Miguel Hidalgo Prince, Keila Vall de La Ville, Arnoldo Rosas y María Ignacia Alcalá (en la Semana de la Narrativa Urbana), o Jesús Miguel Soto y de nuevo Miguel Hidalgo y Keila Vall (en el Premio de Cuentos de la Policlínica Metropolitana), por ejemplo; o Milton Quero, en la Bienal de Novela Adriano González León y nuevamente Jesús Miguel Soto (en el Concurso de cuentos de El Nacional). A esas voces en pleno proceso de consolidación de una obra propia, se suman en este volumen los nombres de Lorena Bou Linhares, Milagros Quintero y Haydée Solano, que constituyeron tres gratísimas sorpresas que recibí durante la lectura del libro.

   Leer este volumen es asistir a una aventura que nos lleva a un borgeano argumento ambientado entre perdedores en un bar en la Nueva Granada; o a la génesis y vida de un homosexual decadente contada por él mismo; o a una historia de amor platónico en fuerte contraste con una vida de adrenalina desatada en deportes extremos. Pueden suceder en cualquier ciudad o pueblo de Venezuela o tener como parajes una playa de Australia. Pueden usar como pretexto una venganza para terminar solazándose lateralmente con la inquietante imagen de una silvestre púber. Pueden hablar de la vida de unos músicos o de unas peluqueras. Pueden, en fin, contar hechos cotidianos o revelar mágicos sucesos, pero en todos los casos, lo hacen con trazo firme, sin complejos ni vacilantes pudores.

   En días pasados se dio a conocer el veredicto del Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo. Tres cuentos, entre casi 1700 llegados de todas partes del mundo, estuvieron coqueteándole a la diosa Fortuna en la mesa de un jurado, en una oficina en la lejana París. Uno de esos cuentos, que desafortunadamente no fue el ganador, era de un venezolano. Un para nada consagrado Aquiles Zambrano, de casi 24 años, lograba esa inusual hazaña. Las bondades de las redes sociales me permitieron dar con el autor y, en pocas horas, estar recibiendo el cuento en mi correo. Esa historia que estuvo a punto de darle el Juan Rulfo a un cuento venezolano, titulada La continuidad de los borges, hablaba ¿casualmente? de un joven autor que escribía un texto con la esperanza de ganarse el Concurso Nacional de Cuentos de Sacven, y que fue llamado a la sede de la institución para que explicase una increíble irregularidad: su cuento y el de otro participante que también había sido convocado al despacho del director de la institución, y al cual el protagonista no había visto en su vida, no es que presentaban sospechosas similitudes en sus argumentos: eran idénticos letra a letra, punto a punto.

   Cuando decimos que la literatura no es una forma imperfecta de la vida, sino al revés, no estamos siendo demagogos ni grandilocuentes. Esta noche nos permite constatarlo. Nos reunimos para celebrar el buen puerto al que llega otra edición del Concurso de Sacven, y días antes un venezolano casi gana el Juan Rulfo hablando en su cuento del Concurso que hoy celebramos y, al igual que el ganador del SACVEN de este año, haciendo un guiño a ese maravilloso aporte a la literatura universal, llamado Jorge Luis Borges, ícono indiscutible en eso de hacer, con la literatura, versiones más sublimes de la realidad. Una forma muy elegante de celebrar esa persistencia con la cual la literatura sale al paso a la vida cuando se empeña en ser manida y predecible.

   La manera que tenemos todos los presentes de celebrar este modesto portento es creer en este libro y agradecer a sus autores la tregua que nos ofrecen, brindando por la buena noticia que son en este momento, y llevándonos un ejemplar esta noche a casa para continuar celebrando lo que podrían ser las versiones de la vida, si la dirigieran dioses ebrios y juguetones.

Muchas gracias por su paciencia.        





*Narrador venezolano.
Cofundador y editor del Portal Ficción Breve Venezolana




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