jueves, 29 de septiembre de 2011

Tatuajes de ciudad. Presentación Edición especial 10 años del Concurso de Cuentos de SACVEN

Héctor Torres*



   Probablemente el primer concurso literario del que se tenga conocimiento, o el antecedente más remoto de concurso que haya llegado hasta nosotros, sería aquel que, hace muchísimos años, protagonizara una virgen de apetitosas formas (al menos así me gusta imaginarla) que respondía al musical y misterioso nombre de Scheherezade. Un concurso con un único participante, un único juez y un premio de nula recompensa en metálico, pero de inestimable valor: Mientras convenciera a ese juez de sus dotes literarias (mientras no lo aburriera) seguiría conservando la cabeza sobre sus hombros. Según cuenta la historia, así lo hizo durante mil y una noches, asegurándole al Sultán Shahriar, al amanecer de cada una de esas jornadas, que la historia no sólo continuaría, sino que además prometía prodigios mayores y más fantásticos.

   Ese remoto precursor, ese hechizo en frágil equilibrio, esa vertiginosa metáfora de la historia que pende de una tensión en perpetuo incremento, legado de la mitología Persa, nos deja invalorables pistas para abordar el arte de escribir cuentos para concursos. Una de ellas podría traducirse como: “el más mínimo parpadeo de tu historia bastará para que estés muerto”. Otra, más inquietante, radicaría en el hecho de que nunca sabrás cuál es el motivo que te mantiene con vida, ni cuál el que te sacará del juego. Pero hay una fundamental, amenazadoramente tangible en el caso de la maliciosa virgen (que dejaría de serlo, por cierto, para convertirse en reina): se debe escribir como si es la vida lo que está en juego. O, como sentenciara aquel alemán misógino y amargado (disculpen la redundancia): “Entre todo cuanto se escribe, yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre”.

   Aunque para nuestra fortuna las condiciones han cambiado ostensiblemente, el fondo del asunto permanece inalterable: Como nos lo recordara Bolaño, en los concursos literarios se dispone de un sólo cartucho para llevar a casa la cena, y hay cientos de cazadores hambrientos tras el esquivo y apetecible búfalo. La puntería, el pulso, la serenidad, dirán quién se acuesta esa noche con el estómago lleno y quién deberá esperar hasta la próxima.

   Y, con todo lo frustrante que puede resultar la experiencia para esa inmensa mayoría que vuelve a casa derrotada, los concursos literarios no pierden su irresistible encanto. A pesar de lo duro que resulta acumular participaciones fallidas y lo injusto que resulta enfrentarse al veleidoso gusto de un tercero, que termina imponiendo sus prejuicios y sus caprichos. Y no pierden su encanto porque la literatura es, también (y aquí estoy tentado a agregar básicamente), un hecho social; y porque escribir bien supone necesariamente seducir. Por tanto el escritor, sobre todo el escritor principiante, necesita exponer sus textos al juicio de alguien con un poco más de objetividad que la novia o la mamá. Con los riesgos que entraña la derrota que, según dicen, enseña más que la victoria; y a pesar de lo sensible que suele ser el ego durante los inicios. Todo, tras esa remota esperanza de seducir a ese exigente verdugo que perdonará una sola vida. La vida que, en rito ancestral, invocará al espíritu de la astuta Scheherezade en cada nuevo veredicto. “Entre todo cuanto se escribe, yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre”, piensa, casi sin darse cuenta, el verdugo de turno. Y emite su dictamen.

   Es muy común escuchar, entre autores desconocidos, la amarga letanía de que “en este país si no eres conocido no te publican”. Cuando los escucho me limito a responder indistintamente con alguno de estos verbos: Concursa, exponte, asómate, insiste. Los que así se quejan desconocen uno de los capítulos clásicos en la historia de la literatura universal. Desconocen que grandes obras fueron tajantemente rechazadas por grandes editoriales. Que nombres de mitológica estatura se toparon, y no una vez, con los prejuicios y caprichos de avezados editores. Que ningún camino que no haya proporcionado angustias, frustraciones, alegrías, obsesiones, insomnios, borracheras y cuestionamientos a la moral propia, vale la pena transitarse ni produce nada que se sostenga en el tiempo. Que el camino de la literatura, por modesto que sea, se hace de la suma de esas dolorosas derrotas y esas pequeñas pero merecidamente celebradas victorias. Que se concursa más por un ejercicio de temple y resistencia, que en busca de reconocimiento. Que no existe otro método que ese de hacerlo cada vez mejor, y en eso los concursos son herramientas inigualables, porque obligan a medir la evolución del trabajo propio con el de los contemporáneos. Sobre todo en esa etapa en que creemos que todo cuanto escribimos es maravilloso.

   Y es por un concurso, precisamente, que estamos reunidos esta noche. Por un concurso y sus resultados. Por ese concurso y para celebrar el libro que documenta su historia. Un libro que aglutina cinco ediciones, y manifiesta un compromiso. Ya el nuevo formato nos da indicios acerca de cómo el Concurso Nacional de Cuentos de SACVEN quiere ser un militante activo de este buen momento que vive nuestra narrativa. Un concurso nacido al calor de las más recientes generaciones. La bitácora de un proyecto que ha recibido mil cuentos participantes en sus cinco ediciones. Apenas uno menos que en la vieja leyenda Persa. Mil historias que han querido seducir, mil cartuchos en cacería, mil textos que han dejado, con mayor o menor eficacia, su testimonio de una ciudad, de un país, del imaginario en movimiento de una generación. Mil cuentos representados en los 47 textos que componen el volumen, constituido por los ganadores y finalistas de esas cinco primeras ediciones, los cuales exponen sin complejos una gran diversidad de estilos, tendencias, búsquedas estéticas y temáticas. Un libro al que se podrá acudir cuando se esté tras los inicios de muchos nombres que conformarán el panorama narrativo venezolano de los próximos diez años.

   Aunque institucionalizado en nuestro ámbito literario, el Concurso Nacional de Cuentos de Sacven tiene la ventaja de que su corta existencia permite que Tatuajes de ciudad ofrezca un panorama bastante homogéneo de la narrativa emergente venezolana. Y además contribuya, junto a otros proyectos nacidos durante la última década (el Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila, El Concurso Literario Universitario, la Semana de la Nueva Narrativa Urbana y los cientos de páginas y blogs que están cambiando la cara a la discusión y la difusión literaria en nuestro país) a armar el mapa de la narrativa venezolana de las décadas futuras.

   Y es por eso, y por la fe inmensa que tengo en la literatura venezolana, por sus ganas, por la seriedad con la cual asume su oficio, por esa generación que sabe de dónde viene y honra sin mezquindad su propia historia, que celebro la existencia de este libro que recoge el esfuerzo de Sacven por fomentar la creación literaria y a estos autores.


*Narrador venezolano.
Cofundador y editor del Portal Ficción Breve Venezolana





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