Alvaro Paiva Bimbo*
"Hay que declarar que el pasado existe para prolongar en él sus raíces"
Alfred Schnittke
Uno podría suponer que con el paso del tiempo, los puristas van aflojando en sus postulados dogmáticos y dejan de sostener esas banderas, por el propio peso de las mismas.
Para un creador, la tradición debe ser admirada, estudiada, comprendida, internalizada, e inevitablemente, reinterpretada, ya que cada artista corresponde a su época y su circunstancia, y está naturalmente distanciado, en mayor o menor medida, en tiempo y espacio de la tradición.
Como dijo Stravinsky: “Una tradición real no es la reliquia de un pasado irremediablemente ido, sino una fuerza viviente que anima e informa al presente”. Se antoja caprichoso entonces que alguien pretenda momificar la tradición, detener el indetenible tiempo para apropiarse de la "verdad", asumiendo la validez eterna de su versión y negándose a cualquier otra interpretación.
En su conocido libro "La historia del arte", Ernst Gombrich plantea con mucha lógica como toda generación en algún momento se rebela contra los estándares de sus predecesores, y como esta urgencia por ser diferente puede que no sea el componente más elevado ni el más profundo de su obra, pero sirve, al contrastar los elementos que se repiten y los que se omiten, de hilo conductor para explicar, no la evolución, sino la historia misma del arte.
La innovación como elemento de diferenciación no es suficiente para que la obra tenga un gran valor artístico, pero sin innovación se hace imposible siquiera su evaluación como obra. Y en esta trampa se cae de un lado y de otro: repitiendo una y otra vez lo que ya está dicho, y contradiciendo todo lo anterior.
La vanguardia como fin en sí misma es ciertamente, chistosa. Hasta el genial Borges decía que había caído en el común error de querer ser moderno hasta que leyendo a Goethe se dió cuenta que "somos modernos, no tenemos que afanarnos en ser modernos". Por otra parte esa misma razón, nuestra inevitable contemporaneidad, convierte en risible tanto afán de querer ser los herederos más puros de la tradición, los que SÍ conocen el legado sagrado, intocable, y al cual dicen consagrar su carrera artística, en una especie de ritual chamánico del siglo XXI.
Mención aparte para los creadores que, desinformados y desinteresados en informarse (¿o tal vez informados con astucia comercial?), plantean una obra sin riesgos que repite por enésima vez patrones estéticos sensibleros, contando con su aceptación en el gusto popular: El libro de autoayuda, la balada pop dulzona, el cuadrito con las guacamayas. Estos más que pertenecer a la tradición, a la vanguardia, o al propio arte, responden a una moda o a un interés económico.
Estar enterado de lo que se ha hecho y de lo que está haciendo, es menester del artista serio para no redescubrir el agua caliente, y no obstante, no parece ser lo común en estos días. Al parecer en Venezuela es más importante pertenecer y defender una corriente (y despotricar de la otra) más que profundizar en el contenido, la belleza y la verdad (lo mismo, según Keats) de lo que se plantea. Y no estoy hablando de política, donde también aplica, sino de tradición y vanguardia en el arte.
Uno podría suponer que con el paso del tiempo, los puristas van aflojando en sus postulados dogmáticos y dejan de sostener esas banderas, por el propio peso de las mismas. Será que uno es optimista.
* Músico, compositor, guitarrista.
@apaivab
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